Un amor de película

Crítica de Miguel Frías - Clarín

Autocelebración del dislate

La primera secuencia de Un amor de película muestra una partida de póker en un casino clandestino. Bernardo (Miguel Angel Rodríguez), un productor de cine de traje cruzado a rayas y habano, le gana -en una mano- tres millones de dólares al exitoso director Juan Pérez (el español Antonio Chamizo, de notable parecido con el recio zaguero Rolando Schiavi). Y, como forma de pago, le exige que filme un guión pésimo y lo transforme en una película taquillera.

Desde entonces, esta comedia que oscila entre el desdén y el disparate juega con una trillada forma de metaficción: el cine dentro del cine. Pérez, que teme perder su prestigio, empieza a rodar una película en la que Geraldine Chaplin (que luce realmente incómoda) y Luciana Salazar hacen el mismo personaje, una mujer que se encuentra a sí misma en distintos momentos de su vida.

En el plano de “lo real”, Pérez tiene acercamientos y distanciamientos de su novia (María Grazia Cucinotta). Ninguna de las situaciones dramáticas ni románticas está respaldada por la verosimilitud ni la lógica. Como tampoco existe justificación alguna de la multiplicidad (el pandemónium) de acentos. A saber: español (Chamizo), italiano (Cucinotta), inglés (Chaplin), porteño de Barrio Norte (Salazar), latinoamericanos varios (personajes secundarios). Una coproducción que no se preocupa por ocultar su condición.

En realidad, nadie parece preocuparse mucho por nada. Virtud: no tomarse en serio. E incluso bromear consigo, a veces bordeando el cinismo. En una secuencia, Chaplin, que llega al rodaje sin que nadie la haya ido a buscar al aeropuerto, lanza una frase rotunda y poco elegante: “Este es un guión de mierda, pero la plata es la plata”. Abundan los comentarios por el estilo.

Un amor... es de esos productos, llenos de dislates, que provocan risa cuando pretenden emocionar y tedio cuando quieren ser graciosos. Aunque siempre existen virtudes. El duelo de escotes Cucinotta-Salazar (este crítico prefiere a Cucinotta) y la capacidad de la argentina para resultar creíble en el rol de una actriz sin talento.