Un amor de película

Crítica de Fernando López - La Nación

Hacer un film por obligación

Normalmente son los cineastas -sobre todo los que tienen tanta certeza de su talento (o la autoestima tan alta) como este Juan Pérez imaginado por Diego Musiak- los que andan a la búsqueda de productores dispuestos a invertir dinero para financiar sus proyectos. A Juan Pérez -vaya uno a saber por qué misterios de la ficción- le pasa todo lo contrario. Son los productores los que lo persiguen. Más que eso: le tienden una trampa para poder obligarlo a hacerse cargo de la realización de una película malísima con la que esperan recaudar lo suficiente para salvar una angustiosa situación financiera.

Juan Pérez intenta negarse: piensa que un guión así echaría abajo todo su prestigio. Pero no hay escapatoria. Hay que pagar deudas y es cuestión de vida o muerte. Tampoco el suicidio -frustrado gracias a la intervención de su único amigo de verdad y a que su ex novia carga en la cartera diuréticos en lugar de tranquilizantes- es solución. Ayudado por ella, que retoca el original adaptándolo a la historia de amor que hace algún tiempo vivieron los dos y forzado por las circunstancias, Pérez pone la firma.

Aquí comienzan otras penurias: las de la filmación misma, en la que conviven una vieja estrella en decadencia pero todavía con aires de diva, la infaltable bomba rubia que es amante de turno del productor, un asistente que responde al más gastado estereotipo del afeminado y el joven galancito convencido de su irresistible encanto, entre otros muchos clichés. Y aquí comienza Musiak a perseguir, casi siempre sin suerte, el tono de la comedia alocada (con algunas pinceladas críticas) que quería para mostrar la trastienda de un rodaje, mientras otro presunto objetivo -el de la comedia romántica, apoyado en la relación amorosa que hubo entre el cineasta y su bella agente italiana- se pierde de vista hasta ser recuperado bastante forzadamente sobre el final.

En el heterogéneo e internacional elenco, la parte más comprometida (por su extensión y también por algunos de los diálogos más generosos en lugares comunes) la lleva el español Antonio Chamizo, el director protagonista. De los demás, vale destacar la gracia y el sentido del humor de Geraldine Chaplin y la naturalidad de Alejandro Fiore. Vale anotar también los aportes de Sergio Hernández como director de arte y de Ferrán Paredes Rubio en la fotografía, además de la muy agradable música de Pablo Isola.