Un amor cerca del paraíso

Crítica de Pablo De Vita - La Nación

El cine del finlandés Mika Kaurismäki creció a la sombra del genio descollante de su talentoso hermano menor Aki (Nubes pasajeras, Juha, Un hombre sin pasado, Luces al atardecer, El otro lado de la esperanza), aunque la voz propia del mayor de los Kaurismäki se hizo presente en la pantalla con títulos muy convocantes como Zombie y el tren fantasma, Tigrero y particularmente una película de alto impacto a mediados de los ochenta como Helsinki-Nápoles, todo en una noche. Varios de esos títulos se conocieron en nuestro país gracias a la labor, en otros tiempos, de la embajada de Finlandia, aunque Helsinki-Nápoles tuvo estreno comercial. Mika luego se instaló en Brasil, donde rodó importante cantidad de documentales y, de regreso en su tierra natal, títulos como Divorcio a la finlandesa o la superproducción Reina Cristina que protagonizó la sueca Malin Buska y pudo conocerse en la Argentina a través de Netflix.

Pero Mika y Aki lograron (de manera conjunta en sus comienzos, autónoma luego), revitalizar al cine finés y otorgar también un fresco de la realidad europea siempre con una mirada plena de humanismo en historias sin didactismos pero de sencillo entendimiento pensando en un cine de autor pero de llegada a las mayorías. En esa combinación de sencillez y calidad se desenvuelven los horizontes creativos de Un amor cerca del paraíso. Un bus se detiene en un pueblo de Finlandia llamado Pohjanjoki y descienden dos personas, un adulto y un niño, que muy pronto se descubrirá que son migrantes.

Cheng llega con su hijo buscando a un amigo que debe vivir en ese pueblo pero ninguno de los parroquianos del pequeño restaurante local entiende el nombre o conoce a ese sujeto. Las profundas diferencias idiomáticas contribuyen a que nadie comprenda el sentido de su búsqueda y Cheng queda varado en ese pequeño local de comida al paso hasta que un grupo de turistas lo lleva a involucrarse en la cocina asiática que tan bien conoce, para satisfacer el apetito del contingente de aquella región del mundo que visita el pueblo. Así comienza un vínculo más consolidado con la dueña del restaurante, llamada Sirkka, y las diferencias culturales dan paso a un vínculo de reconocimiento y cooperación que, poco a poco, hacen que Cheng se convierta en una referencia para el pequeño pueblo, básicamente poblado por ancianos. Pero la expiración de su visa turística parece delimitar los alcances de su presencia cuando la policía busque al extranjero que ha modificado la dinámica local.

El diálogo entre civilizaciones que promueve el sensible film de Kaurismäki busca superar la ignorancia por la natural coexistencia amigable entre construcciones culturales distintas pero con un fondo de humanidad que hermana las diferencias. Su música, su cuidada fotografía y un relato construido (si bien con cierta previsibilidad inicial) con sutil encanto otorgan la experiencia que subyace en las pequeñas grandes obras.