Un amigo abominable

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

CÓMO LLEVAR A UN YETI DE REGRESO A SU HOGAR

A pesar de que en sus comienzos amenazó con rivalizar mano a mano con Pixar por el liderazgo en la taquilla, en los últimos años DreamWorks Animation empezó a conformarse con ocupar un lugar secundario en la variedad de ofertas que tiene Hollywood destinada al público familiar. Esto no dejó de ser productivo, porque el estudio cambió la mecanización de armar productos tan masivos como superficiales –ahora ese lugar pareciera haber quedado para Illumination Entertainment- por la voluntad de construir films donde (con altas y bajas) lo que importa no es tanto el concepto como la historia y sus protagonistas.

Un amigo abominable es una buena representación de lo dicho anteriormente: se estrena durante septiembre (o sea, fuera de los períodos vacacionales), su presupuesto es alto aunque para nada gigantesco, se plantea como un relato pequeño y con escasos personajes, pero cuidado en sus formas y diseño. La película de Jill Culton (primera mujer en escribir y dirigir un film animado de forma independiente para un estudio grande), a partir de la historia de Yi, una joven china que se encuentra en la terraza de su edificio en Shanghái con Everest, un yeti mágico al que debe ayudar a volver a su hogar, se presenta como un resumen de buena parte de los mayores referentes de la escudería DreamWorks. Si el camino de comprensión, entendimiento y amistad con lo mitológico remite a la saga de Cómo entrenar a tu dragón; la convivencia con lo mágico y la apropiación de la identidad conecta con la trilogía de Kung Fu Panda; los pasajes de humor lunático recuerdan al retorcimiento de la fisicidad de la franquicia de Magadascar; y el recorrido afectivo para retornar al lugar de origen está asociado con la temática y narración de Home – no hay lugar como el hogar.

Claro que ese compendio no llega a aportarle una total lucidez al film, que no llega a explotar todo el potencial de su arranque con una huida frenética; tiene unos minutos iniciales un tanto indecisos; y le cuesta escaparse de algunas situaciones un tanto repetitivas y básicas, además de un grupo de antagonistas al que (desde ciertos giros en la parte final) pretende darle una vuelta de tuerca productiva, sin realmente conseguirlo. Lo mejor –por lejos- de Un amigo abominable está en su nudo, en ese camino que emprenden Yi y el yeti, acompañados por dos amigos que casi de casualidad se incorporan a la aventura. Ese viaje/retorno a la naturaleza es también una vuelta afectiva, un recuperar la memoria sobre el pasado y un hacerse cargo de lo que se perdió, sin por eso quedarse estancado en la melancolía. El gran mérito de Culton es construir estas interpretaciones con un lenguaje simple pero sincero, con un diseño audiovisual bellísimo y algunas secuencias –donde un violín se convierte en un instrumento cargado de significados que trascienden lo musical- sencillamente emocionantes.

Si los desniveles de Un amigo abominable también pasan por una narración algo errática y una convivencia entre superficies modernas y contemporáneas que no llega a ser del todo armónica, lo compensa con creces desde el armado simple y honesto de sus protagonistas. Principalmente en ese dúo dinámico que van conformando Yi –una joven marcada por el dolor y la necesidad de aislarse, pero también por la voluntad de reencontrarse a sí misma- y Everest, que no es más que un niño peludo y gigante, un ser infantil, ingenuo y extremadamente creativo desde la anarquía que propone en sus acciones. Juntos hacen de Un amigo abominable una experiencia ciertamente despareja e imperfecta, pero también dulce y digna de recordar.