Últimas vacaciones en familia

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Tras haberse filmado a comienzos del 2011, finalmente se estrenó Últimas Vacaciones en Familia, ópera prima de Nicolás Teté. Se trata de una película íntima de un realizador joven, que parte de una premisa sólida –la del título, el recuerdo final de un grupo que se desmorona- pero cuyas irregularidades no logran sostenerla durante todo el metraje.

Camilo Cuello Vitale y Naiara Awada, los hijos de la pareja, ofrecen el punto de vista sobre la ruptura familiar y la escapada a Villa Merlo como el cierre de su historia unida. Los jóvenes, a quienes ya se pudo ver juntos en Dulce de Leche, salen a regañadientes –o uno, al menos- de su zona de confort y exploran la incertidumbre de sus nuevas realidades: la separación de los padres, la sexualidad y con ello la apertura a un mundo que no es el que conocen. Esta película de coming of age doble, con chicos que se acercan a la madurez y padres que enfrentan los conflictos de la mediana edad, necesita irremediablemente apoyarse en las actuaciones de sus cuatro protagonistas, lo que durante buena parte signa su suerte.

Luis Álvarez Moya y Many Díaz, los adultos, dan cuenta de una mayor rigidez que la de los jóvenes a la hora de leer el guión, con actuaciones que no resultan creíbles e impiden generar empatía con sus personajes. La incomodidad del espacio reducido y la necesidad de estar de forma permanente el uno con el otro requiere de una naturalidad en las relaciones que no se encuentra, lo que perfila un panorama desalentador cuando todos los diálogos entre padre e hijo o entre el matrimonio resultan forzados.

Últimas Vacaciones en Familia cuenta con un importante nivel de producción que se impone a la falta de presupuesto. El clima opresivo en el hogar veraniego y la falta de respiro de sus personajes –paradójicamente no hay primeros planos, sino que en su mayor parte son abiertos- se contrarresta con un aprovechamiento de las locaciones, trasladándose a lo largo de toda la ciudad puntana pero sin resultar en un panfleto turístico como sí lo fueron otras realizaciones de San Luis Cine. El buen trabajo en materia productiva contrasta con lo dispar que llega a resultar, con un guión que es sobreexplicativo y redundante sin necesidad –la cena en la que los cuatro recuerdan sus aventuras personales no requiere que haya tres memorias que se hagan explícitas cuando una de las mismas no fue filmada, el cierre con los audios en off tampoco- y con ciertas dificultades técnicas, tanto en materia de sonido como en una edición que abusa del montaje de videoclip.

Forzosa, esa es la sensación que genera el viaje familiar, tanto para sus integrantes como para el espectador. Teté necesitaba que sus cuatro personajes funcionasen para que la película lo hiciera y, si bien en los jóvenes se puede decir que lo hace, el costado adulto opera en base a lo que no está presente –el padre pendiente de su amante en otra provincia- o a lo falso. Es que Marcela, la madre, propone una realidad paralela en la que su familia está bien y actúa como si nada, un auto-engaño desmedido que provoca un desgaste continuo de lo que es tolerable, lo que deja en evidencia a la producción en general.