Última pieza

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

“… Lo sonoro no inventa el fuera de campo, pero lo puebla, y reemplaza lo no-visual con una presencia específica”.

(Gilles Deleuze)

Golpes sonoros y omisiones narrativas caracterizan la ópera prima de Luciano Romano. Así él aborda la precariedad de los detalles laborales y personales de Rodrigo (Javier Vaccaro), su protagonista.

Este labura en una construcción con Édgardo (Néstor Villa), jefe que se comporta como padre, y después con otro peón más joven (Jesús Catalino). Tal dinámica paterna también se aprovecha para la sub-trama del embarazo de la ‘pareja protagónica’.

La mujer gestante solo se oye a través de llamadas telefónicas, nunca aparece su cuerpo en escena. Como en toda narración atenta a lo social y humano, al realizador bonaerense le importa lo que está fuera de lo imaginable. Este acierto apacigua imágenes tan significativas.

La cámara en mano aprovecha las líneas verticales, horizontales y transversales para indicarnos que el panorama obrero precariza a quienes interactúan en ella. En la perspectiva visual, los andamios atraviesan las figuras humanas. Mientras, los colores pálidos de azules y grises plantean posibles salidas a los traumas vividos desde el inicio de la obra -y antes- por los personajes.

De todas maneras, la sensibilidad palpable en el guion y en la propuesta visual de Última pieza (2022) se perjudican con lo llano del diseño sonoro y la dirección de actores. Ahí surge la paradoja. La intensión sin matices de los tonos vocales de los actores contrasta con los matices antes mencionados.

Con el cliente de la obra se ven claramente los brochazos de la construcción de personajes. Julio Fernández lo interpreta como un jefe villano. También la esposa de Rodrigo está retratada casi exclusivamente desde la queja.

La película se siente entonces inconclusa y con trazos gruesos. Esta incompletitud tampoco tiene por qué ser una grave desventaja cuando la problemática obra donde estos hombres trabajan está a medio hacer y Romano elide su conclusión.

Él deja para el final el crecimiento laboral y personal de su protagonista. Ahí Rodrigo reconoce, también fuera de plano, que su hija le enseña más de lo que él le podría enseñar a ella en toda una vida.

Ignoramos a quién le dice esto porque en realidad ninguno de los destinatarios ficcionales valoraría estas palabras. A esa reflexión la acompaña visualmente el plano general de Antonella (Renata Flood), su hija a espaldas, y un jacarandá floreciendo. El árbol de copa ancha, coincidente con la figura de la niña, refleja la tan necesaria estructura que le ha faltado al protagonista.

Todavía si el realizador estuviera reflexionando a conciencia sobre la técnica y las incapacidades alrededor de ellas; estas aparecen desde la primera escena con el efecto sonoro de un golpe en el piso. Entonces matizar la dureza de los actores durante el resto de la obra como lo hace en la escena final habría brindado mayor credibilidad y empatía en su desarrollo.

Atento a cómo la precariedad laboral refleja carencias personales, Romano está buscando entramar la raíz del problema con hombres de distintas generaciones. Las maneras de relacionar a la figura paterna ya no parten de la culpa y la muerte simbólica. Lo que toca ahora es resolver desde la técnica. El éxito o fracaso de esta empresa es variable; y más el reconocimiento, sea propio ajeno.