Ulises, un alma desbordada

Crítica de Beatriz Iacoviello - El rincón del cinéfilo

Cálido homenaje a un querido actor que supo humanizar a todos sus personajes

Hacer un documental sobre personajes que por trayectoria y afecto están instalados en el alma de su público, no es tarea fácil. Reconstruir un universo que a partir del personaje se pueda comprender a la persona, tampoco. Eduardo Calcagno con su documental “Ulises, un alma desbordada” no sólo consiguió entrelazar personaje-persona, sino reconstruir una vida qué, por no ser mediática, poco se sabía de ella.

La realización de Eduardo Calcagno, es un mágico paseo por los recuerdos de amigos, incluido él, sobre la personalidad de Ulises Dumond (1937-2008), una figura que siempre daba un nuevo giro a las películas, televisión u obras de teatro, en que trabajaba.

En el canavá tejido por Calcagno, Mauricio Kartun, dramaturgo y director de teatro, recordó que: “Ulises llegó 45 minutos tarde al ensayo de una obra, en lugar de pedir disculpas por la tardanza, me miró y pidió ensayar sentado porque se sentía “cansado” y fue así que – gracias a la casualidad o a las parodia armada por él para imponer sus propias ideas sobre la actuación – surgió una escena mucho mejor a la que estaba pautada, al punto que fue incorporada a la obra.”

Eduardo Calcagno no sólo recuerda al actor sino al amigo que conoció cuando era crítico y periodista de espectáculos y Dumond formaba parte de una troupe de actores, cuando Buenos Aires vivía una bohemia inolvidable, con los que recorría los bares de la noche porteña.

A partir de los filmes que dirigiera Calcagno: “Los enemigos” (1083), “Yepeto” (1999), “El censor” (1995), “Te amo, (1986) y “Nunca dejes de empujar Antonio” (1978), a los que se intercalaron imágenes de “Últimos días de la víctima” (1982), de Adolfo Aristarain, salpicados con escenas de una de las obras esenciales de Teatro Abierto como “El acompañamiento”, que a la vez recordaron a otro magnifico actor como Carlos Carella.

Tito Cossa, Carlos Gorostiza, Norman Brisky, Esther Goris, Emilio Disi, y el recientemente fallecido “Ancho” Peucelle, su médico y otros amigos, sin olvidar a su hijo Enrique, también actor, dan testimonio de momentos y pasajes de la vida de Ulises. En ellos no sólo se siente el afecto, sino también la admiración por el actor, el amigo y el padre que fue. Los recuerdos transitan desde la época que quería entrar a estudiar en el llamado Conservatorio Nacional, la escuela más importante de teatro del país.

En el filme descubrimos su atracción por la pesca y su manera de conectarse con el mundo, su relación con su hijo y sobre todo su pasión por actuar y sus ganas de comprometerse con los personajes que interpretaba. Norman Brisky reconoce que: “la línea divisoria entre el ser humano y el actor en él estaba muy diluida. Y cuando actuaba no estaba interpretando, lo que hacía era pura verdad”.

Tal vez el hallazgo como imagen de Ulises Dumond en éste filme es la de apertura en que aparece como el Trujamán de los títeres o un Mefisto que nos dice que lo que vamos a ver es pura ilusión, pero que detrás de ella hay un ser que abrirá su corazón y nos mostrará sus habilidades para sortear la vida y qué ésta es puro teatro.

La emoción impera en el filme y, en el final, se siente la necesidad de aplaudir a ese actor que una vez más nos mostró a través de sus trabajos como el oficio de un artesano culmina en artista, como diría Konstantín Stanislavski.

Aunque los homenajes hay que hacerlos en vida, el documental de Eddy Calcagno consigue que el espectador no recuerde que Ulises partió a otro espacio hace seis años, y espere que de pronto aparezca sobre el escenario saludando de modo arlequinesco, como si fuera la última representación de “Arlequino servidor de dos patrones”.