Tutti I Santi Giorni

Crítica de Laura Osti - El Litoral

Amor alla italiana

Paolo Virzì es un director italiano no muy conocido en nuestro ambiente. Tutti i santi giorni es la tercera película de su autoría que se estrena en la Argentina, aunque lleva rodadas unas diez.

Su intención es retomar la tradición de la commedia alla italiana, que tantas satisfacciones le ha dado al cine de ese país. Sin embargo, los esfuerzos por reavivar el género no satisfacen del todo a los especialistas. No llega al nivel de los maestros de mediados del siglo XX, como Monicelli, Scola o Risi, ni consigue adeptos como su contemporáneo Nanni Moretti. Pero lo está intentando.

Tutti i santi giorni es la historia de una pareja de treintañeros que vive en Roma, en un barrio de clase media ubicado muy cerquita del Vaticano.

Para escribir el guión, Virzì se basó en una novela de Simone Lenzi, “La generazione”, con quien coescribe la adaptación junto a Francesco Bruni. La historia refiere a una pareja que lleva algunos años de convivencia y se plantea tener niños, pero el embarazo se hace desear, lo que desencadena una crisis en la relación.

El disparador es el deseo frustrado de ser padres y a partir de allí, se sucede una serie de conflictos que al parecer estaban en una especie de estado latente, como suele ocurrir. Es la excusa que encuentra el realizador para mostrar una pintura costumbrista de la sociedad italiana actual, enfocando el entorno de la pareja en cuestión, sus amigos, familiares, hábitos, gustos y expectativas, y cómo el pasado de cada uno también influye y cobra significación, ahora que las cosas no andan tan bien entre ellos.

Guido (Luca Marinelli), el muchacho, es hijo de un matrimonio de intelectuales de la Toscana. Trabaja de conserje nocturno en un hotel y es un apasionado de la literatura clásica, sobre todo, la italiana, con vidas de santos y todo. Tiene un hermano que se ha ido a vivir a Estados Unidos, donde tiene un buen trabajo como asesor financiero de alto nivel. Guido no envidia la suerte de su hermano y se muestra conforme con la vida que eligió, al lado de la mujer que ama y con un trabajo que le permite leer a piacere cuanto quiere.

Ella es Antonia (Federica Victoria Caiozzo), una siciliana que renegó de su familia por sentir fastidio hacia las costumbres de la camorra, y se fue a hacer una vida bohemia como cantante de baladas compuestas por ella misma en idioma inglés. Thony, su nombre artístico, convivió un tiempo con otro músico, Jimmy, tocando en bares y locales nocturnos en distintas ciudades de Europa.

Guido la descubrió cuando ya se había separado de Jimmy y cantaba como solista en un local que él solía frecuentar. Apenas se conocieron, se fueron a vivir juntos, y ella consigue un trabajo estable en una agencia de automóviles de alquiler.

Con seis años de convivencia, empiezan a sentir la presión del entorno y también de las propias expectativas para amoldarse todavía más a los cánones de una pareja normal y quieren formar una familia (todo el mundo sabe lo que significa la familia para los italianos).

Pero las cosas no se presentarán fáciles. La pareja empieza a frecuentar consultorios médicos y se somete a estudios y tratamientos, mientras la buena onda entre ellos empieza a resquebrajarse. Para colmo, aparecen algunos fantasmas del pasado a complicar el cuadro, más otros entuertos que nunca faltan cuando uno menos los necesita.

La película de Virzì es fresca, divertida y simpática. No llega a la altura de los capos del género pero se nota la buena escuela y tiene una característica que se puede reportar como virtud: no es amarga, cultiva un humor amable, sin dejar de ser crítico.