Tully

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

Jason Reitman y Diablo Cody completan con Tully el intenso y agridulce recorrido que habían iniciado en sus dos películas anteriores, Juno (2007) y Adultos jóvenes (2011), a través de los miedos y las desilusiones que anidan en esa inquieta y prolongada transición entre la adolescencia y la adultez femenina. Ahora, como en la más compleja curva de ese camino, la maternidad ocupa el epicentro sin ser la que agota el tono, enriquecido a partir de notables contrapuntos entre lo posible y lo anhelado, y concentrado en la perfecta dinámica entre Charlize Theron y Mackenzie Davis.

La película despega con inteligencia y humor a partir de la entrada de la fascinante niñera que interpreta Davis, cuya presencia abre una puerta secreta en el abrumado universo de Marlo (Theron), inmerso en los ambiguos sentidos del hogar en tanto refugio y prisión. Pese a su creciente introspección, Tully nunca resigna la mirada sobre el contexto social y económico que envuelve a la vida de familia. Para Marlo criar a sus dos hijos y al bebé recién llegado sin dormir, cubierta de vómito y frustraciones no es lo mismo que para su cuñada cool, con sus niñeras perfectas y su casa de ensueño. Para Cody y Reitman, la batalla de su personaje con permanentes renuncias y postergaciones es tan concreta como existencial, porque aún en el oleaje de un mundo interior convulso el horizonte al que aspira nunca deja de ser verdadero.