Tully

Crítica de Franco Valente - Cinéfilo Serial

Lo que entablamos bajo el título de “vida moderna” se podría traducir en una vida acelerada donde se vive para el trabajo sumido en un mundo de negocios. Sumado a esto, se cree que el hombre es aquel que debe trabajar para sostener a las personas que integran un grupo familiar, quienes deben ser criadas por la mujer de la casa. En la formación de una familia, en la velocidad de lo cotidiano y su inmediatez es donde se sitúa “Tully”, producto dirigido por Jason Reitman y escrito por Diablo Cody, quienes ya trabajaron juntos en “Juno” (2007), película con características similares a ésta, ya que ambas tratan de embarazos.

Charlize Theron encarna a Marlo, quien está casada con Drew (Ron Livingston). El inicio de la película encuentra a la pareja con un hijo pequeño y una hija de edad similar. Marlo está embarazada y tuvo que pedirse licencia, mientras que Drew continuaba trabajando arduamente. Jonah (Asher Miles Fallica), su hijo, demostraba signos de un desarrollo tardío de sus capacidades mentales y esto le causa, específicamente a Marlo, múltiples problemas y dolores de cabeza. Mientras tanto, al llegar de trabajar, Drew se dedicaba a jugar videojuegos y restarle atención a su mujer. Es en este punto cuando Marlo decide contratar a una niñera nocturna y poder descansar.

La dirección de Reitman es sobria y con tomas sumamente adecuadas y significativas en ciertos momentos. La música se utiliza de manera muy sutil: suele estar ubicada suavemente en el fondo de la escena, hasta que toma el protagonismo en otros instantes. Es una interesante maniobra que permite mayor compenetración en la trama en situaciones clave. El guion, por su lado, se estanca al principio, pero después se desarrolla fluidamente y es rescatado por un tono humorístico crudo y sin tapujos que genera la risa del espectador.

La actuación de Charlize Theron es extremadamente intensa e ideal para un rol tan complejo en cuanto a lo psicológico. Lo lleva a cabo increíblemente y hace que “Tully” sea una película para ver porque, al final, no tiene desperdicio: un reflejo del ritmo de vida moderno y de los roles familiares que deben dejar de ser desigualitarios y transformarse en equitativos.