Regreso con gloria

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

REGRESO CON GLORIA (el bastante incomprensible y spoileador título local de TRUMBO) tiene una serie de problemas severos e inesperados. En principio, para tratarse de una película sobre un asunto fuertemente político (las listas negras de Hollywood de fines de los ’40 y toda la década del ’50), su dimensión política es nula. Dalton Trumbo fue un guionista de grandes películas de la historia de Hollywood, antes, durante y después de las llamadas listas negras. Y su pertenencia al grupo de los Diez de Hollywood (aquellos que se negaron a declarar ante el Comité de Actividades Anti-Norteamericanas y fueron a la cárcel por ello) lo convirtió en una de las figuras más prominentes de esa oscura trama. Pero la dimensión política de Trumbo jamás se explora verdaderamente en el filme. Como tantos guionistas, Trumbo pertenecía entonces al Partido Comunista pero su ideología y filosofía de vida quedan reducidas aquí apenas a algunas ideas infantiles que el hombre le explica a su hija pequeña como si el espectador tuviese la misma edad que la niña.

Si eso no fuera suficientemente problemático, REGRESO CON GLORIA sufre de un inconveniente aún peor. Si uno ve el filme lo más probable es que se quede con la idea que una sacada y vengativa periodista de chimentos (la tan odiada y temida Hedda Hopper) fue la mayor responsable de la persecución ideológica y las listas negras de esos años, con la colaboración (menor) de algunos políticos de turno. Todos en Hollywood, para el filme de Jay Roach, fueron sus víctimas. Y aún los actores, productores y directores que más hicieron por censurar y dejar sin trabajo a colegas y guionistas se vieron forzados a hacerlo por temor a esta poderosa periodista, mala como la maldad misma ya que sus motivos resultan muy difusos. Hasta los miembros de la industria que terminaron “dando nombres” para conseguir trabajo en esa amarga época son salvados y perdonados –por la película y por el propio Trumbo– y puestos como víctimas de la todopoderosa Hopper, a la que nadie parecía poder enfrentar.

No quiero decir con esto que Hopper (Helen Mirren en plan Cruella De Vil) no haya sido un factor en ese momento, pero suponer y limpiar de culpas a todo Hollywood para poner la responsabilidad del sufrimiento, las penurias económicas e incluso la muerte de personas ligadas a las “listas negras” sobre sus hombros parece algo excesivo. Joseph McCarthy y compañía apenas figuran en la lista de enemigos de la libertad de expresión. Roach prefiere que sean los periodistas los que carguen con la culpa: Hollywood fue la víctima de esta bruja de película de animación ante la cual furiosos anti-comunistas como John Wayne y Ronald Reagan –o el mismísimo Louis B. Mayer– debían rendirse. Más que “macartismo”, lo que parece haber existido entonces es un “hopperismo”…

Fuera de estos dos problemas centrales, la película no logra tampoco crear un marco verdaderamente interesante para las penurias, soluciones intermedias (escribir guiones con seudónimos, trabajar en películas clase B para pagar las cuentas y, finalmente, la reivindicación) y complicaciones en la vida de Dalton Trumbo, guionista de ESPARTACO, LA PRINCESA QUE QUERIA VIVIR y 30 SEGUNDOS SOBRE TOKIO, entre muchas otras, acreditadas o no a su nombre. Roach trata de encontrar un tono algo cómico para el drama personal, familiar y profesional de Trumbo, pero se siente forzado, con excepción de las secuencias con John Goodman (el productor clase Z que le da trabajo cuando nadie quiere saber nada con él) que son sin dudas lo mejor de la película. Y si bien el backstage del Hollywood de la época genera curiosidad, todo se convierte rápidamente en lugares comunes y clichés.

Es obvio que a cualquier persona interesada en la historia de Hollywood la película le generará curiosidad e intriga. Y, gracias a la personificación desmedida pero potente de Bryan Cranston en el rol del guionista, es una de esas películas que se consumen facilmente, aún cuando uno ya sepa hacia donde irá yendo la historia. El problema es que Roach no hace más que patinar una y otra vez para llegar a destino. A diferencia de LA GRAN APUESTA, otra película dirigida por un realizador surgido de la comedia pura y dura como lo es Adam McKay que tomaba incontables riesgos al punto de volverse casi un tratado sobre economía política, el trabajo de Jay Roach (AUSTIN POWERS, LA FAMILIA DE MI NOVIO y secuelas) aquí no sale nunca del formato clásico y probado de la biografía épica y celebratoria, sin lugar para profundizar en prácticamente nada. Una suerte de grandes éxitos de la vida del autor.

De todos modos no es eso lo que la vuelve una película indigesta, sino su defensa casi de orden corporativo de la industria de Hollywood. Una industria que ha probado a lo largo de décadas que puede ser terriblemente cruel con los que trabajan en ella pero que, en la visión de Roach, es apenas la víctima inocente de algunos políticos y una caricaturesca periodista. Una película para que unos y otros se den palmaditas en la espalda y le achaquen la culpa “a los de afuera”. Una película de la industria, de la misma industria que le arruinó la vida de Trumbo y a muchos más.