Tron: El legado

Crítica de Martina Hirsch - Otros Cines

El futuro ya llegó

Mitad remake, mitad secuela de un film no demasiado trascendente rodado en 1982, TRON: El legado es una proeza visual que envuelve una historia no demasiado trascendente (por momentos, más bien elemental). Un conflicto padre-hijo que calza muy bien en la tradición familiar de Disney es el núcleo dramático para luego sí dar rienda suelta a un festival high-tech a puro CGI (podría decirse que estamos ante un film animado "salpicado" por actores de carne y hueso) que permite concebir un universo paralelo, escenas de masas, combates cuerpo a cuerpo o persecuciones en moto, que -ayudadas por los efectos digitales 3D- son de esas secuencias que justifican el valor de la entrada y convierten a la película en el "evento" insoslayable para el consumo popular y masivo, en uno de esos blockbusters que las majors y su maquinaria de marketing tan bien saben construir e imponer varias veces al año en todo el mundo.

Papá Kevin (Jeff Bridges, que también actuaba en el largometraje original) desaparece sin dejar rastros en 1989 para decepción de su hijo Sam (Garrett Hedlund), admirador del espíritu emprendedor de su progenitor que lo han convertido en referente, visionario y profeta de la industria de videojuegos. La acción salta un par de décadas y el ya joven Sam, de 27 años, luego de boicotear a los desalmados ejecutivos de la poderosa multinacional que creó su padre, logra ingresar a una realidad virtual (un mundo "perfecto", utópico, hipertecnológico) que ha sido desde siempre el sueño de su progenitor. Pero allí las cosas no serán nada sencillas. Más allá de la reunión padre-hijo y de la aparición de Quorra (Olivia Wilde), un personaje femenino bello y potente, los tres deberán enfrentar una creciente rebelión.

Con un tono quizás demasiado solemne (hay, de todas maneras, algunas pocas bromas logradas que descomprimen un poco), parlamentos que hacen algo lento el desarrollo de los conflictos y la evolución de la historia promediando el relato, TRON sobrevive gracias a su portentoso diseño, a la espectacularidad de sus imágenes y a la poderosa banda sonora electrónica de los franceses Daft Punk. A nivel narrativo, quedó dicho, nada demasiado soprendente. Pero, a nivel estético, no es aventurado decir que el futuro ya llegó.