Tron: El legado

Crítica de Javier Luzi - CineramaPlus+

Cine virtual

Lo que esta película tiene de novedoso es la utilización del 3D, la parafernalia de efectos digitales que dejará con la boca abierta a todos. Lo que ocurre es que lo novedoso en tecnología, bien lo sabemos, deja de serlo tan rápido como un suspiro.

A comienzos de los 80 Disney estrenó una película que, si bien no resultó un éxito, pronto se convirtió en objeto de culto. Se llamaba Tron y mostraba un mundo de virtualidades que recién empezaba a asomar y que hoy resulta premonitoria y descriptiva de estos tiempos. Kevin Flynn (Jeff Bridges), hacker y creador de videojuegos se internaba en ese mundo paralelo y desaparecía en él, construyendo un clon o avatar (Clu) de sí mismo, (que ahora le traerá varios dolores de cabeza).

En Tron: el legado, la secuela -20 años después de esos acontecimientos-, nos devuelve a Sam (Garrett Hedlund) el hijo de Flynn (antes un niño, ahora un rebelde y millonario joven) quien no puede olvidar la promesa de su progenitor de que regresará y quién, por casualidad, al internarse en la que fue la última oficina de su padre descubre una verdad que le parecerá imposible. Llega al mundo virtual y allí descubrirá que lo que tiene que hacer es sobrevivir. Y eso es bastante difícil.

La trama es una típica historia de padres e hijos de las que ya hemos visto hasta el cansancio, de recuperar relaciones perdidas, de perdones y afectos que trascienden el tiempo y el espacio. Desde Dios con Adán y Eva, pasando por Ulises y Telémaco y llegando a Luke y Darth Vader, eso de las filiaciones son moneda corriente. Así que por allí, no esperen demasiado. Y no da para detenerse en lo del sofware libre que se cuela superficial y contradictoriamente ni en la aventurada sugerencia de poder crear una solución definitiva a todas las enfermedades con la aparición de Quorra (una bella Olivia Wilde), la última en su especie (ISO). Lo que esta película tiene de novedoso es la utilización del 3D, la parafernalia de efectos digitales, el uso de CGI a mansalva, que dejará con la boca abierta a todos. La forma es la apuesta mayúscula de este cine y no hay fallas en ese recurso.

Lo que ocurre es que lo novedoso en tecnología, bien lo sabemos, deja de serlo tan rápido como un suspiro y el cine, por lo menos para mí, es más que un videojuego. El bombardeo de imágenes digitalizadas a la velocidad de la luz, el uso de una paleta reducida de colores (puros y fluorescentes) y el acompañamiento de una banda sonora de música electrónica (Daft Punk) pueden atontar de momento y potenciar el ritmo pero habría que ver cuánto durará el recuerdo en nuestras retinas y, más aún, cuánto en nuestra memoria afectiva.

Que usted se va a entretener, es casi seguro, pero quizá comparta conmigo que el cine es algo más que eso.