Tron: El legado

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Viaje al embrión de la realidad virtual

Cuando en 1982 apareció “Tron” fue un fracaso comercial, pero se fue volviendo de culto en el novedoso formato VHS, conviviendo con las primeras PC de IBM de monitores monocromos, las Commodore 64 con programas a cassette, conectadas al televisor.

En la era dorada del Silicon Valley, cuando la gente pensaba en computadoras, pensaba en hardware, en circuitos: los programas eran algo que se dibujaba en diagramas de flujo con una plantilla plástica.

Y de pronto apareció “Tron”, mostrando el interior de un sistema informático como un mundo digital (en ese entonces el concepto de “realidad virtual” circulaba sólo entre los primeros círculos de la literatura cyberpunk), donde los programas semejaban seres vivos.

Ahí se contaba la historia de Kevin Flynn, un programador que, absorbido por el sistema a través de un láser especial, intentaba cambiar las cosas desde adentro, en un entorno en el que, como usuario y creador, podía ser considerado una especie de Dios.El tiempo pasó, y a finales de los ‘90 los hermanos Larry y Andy Wachowski iniciaron la trilogía de “Matrix” y volvieron a redefinir la cosa. En “Matrix” ya no hay humanos que se digitalizan por arte de magia, sino que se conectan a través de un enlace cerebral.

Entre medio también pasaron otras sagas de fantasía y ciencia ficción, que alimentaron el capital cultural de los públicos, y se desarrollaron exponencialmente las posibilidades de la generación de imágenes digitales, algo que en la “Tron” original se usó menos de lo que parece en pantalla y que en aquel entonces era considerado casi una trampa.

Esperando ahora sí pingües beneficios Walt Disney Company decidió apostar, 18 años después, a una secuela de aquel filme. La fórmula es clara: conservar el candor y la inocencia del original, pero actualizando la puesta visual. La misma fórmula que sostuvo a “Star Trek” durante tanto tiempo, incluyendo la reinvención de J.J. Abrams.

La trama

La historia comienza en 1989: Kevin Flynn es ahora cabeza de la empresa Encom, y planea cambiar el mundo con sus desarrollos, siempre por el camino de la gratuidad y el software libre. Sigue introduciéndose al entorno digital, pero para poder compartir tiempo con su hijo Sam, creó un programa a su imagen y semejanza, llamado Clu.

Una noche, Flynn desapareció, abandonando a su hijo y su imperio. Pasado el tiempo, Sam se convierte en un rebelde contra la compañía, ahora en manos de personajes inescrupulosos. Alan Bradley, viejo adláter de Flynn (y creador del programa Tron), le dice a Sam que recibió un mensaje en su pager desde la vieja sala de videojuegos de su padre.

Obviamente Sam va a investigar, encuentra el laboratorio de su padre, activa el portal y es arrastrado al mundo del que Kevin siempre le habló, el cual ahora es gobernado dictatorialmente por Clu, quien siguiendo el ideal de perfección que está en su programación ha terminado por traicionar los ideales de su creador.Allí Sam comenzará una odisea por reunirse con su padre y vencer al régimen. El crescendo llegará a una batalla final, llena de épica y revelaciones (especialmente, qué fue del personaje que da el título de ambos filmes).

Mundo digital

Lo que se luce aquí es la puesta visual (diseñada por Darren Gilford), que actualiza la estética ideada en su tiempo por el artista conceptual Syd Mead y el dibujante francés Jean “Moebius” Giraud. Vestuarios luminosos, batallas de discos, naves traslúcidas y, por supuesto, la esperada reversión de la batalla de motos luz, con vehículos de renovado diseño (aunque aparecerá, como modelo vintage, una de las motos del ‘82). Además, habrá una vistosa batalla de jets luz, en el clímax de la película.

Otro de los elementos a destacar son los personajes: más allá del rebelde sin causa Sam (Garrett Hedlund) y de Jeff Bridges como Kevin Flynn (ahora una especie de maestro zen) y Clu, se lucen Olivia Wilde como la aguerrida Quorra; Beau Garrett como la femme fatale Gem; y Michael Sheen como Castor, que recuerda al Merovingio de “Matrix”. Anis Cheurfa anima al silencioso y enmascarado Rinzler, una especie de Darth Maul (de “Star Wars Episodio I”) que encierra un secreto.

Por cierto: el ejército de Clu, recuerda a la tropa de clones de Palpatine en “Star Wars”, pero cuando golpean sus lanzas y vociferan al unísono rememora a los Uruk-hai en la previa de la batalla del Abismo de Helm en “El Señor de los Anillos: Las dos torres”.

Entre 1982 y el presente se desarrolló la música electrónica, adecuada para musicalizar un relato hecho de bytes. De tal modo, se convocó al dúo francés Daft Punk para una adecuada banda sonora.

Aquellos que gustaron del filme original seguramente disfrutarán de esta secuela, en cierto modo transportados a la inocencia aquellos años (y de la compañía productora). Probablemente para las generaciones más nuevas, las que tienen a “Matrix” como el referente de su época, quizás sea una película más. Y queda ver si a alguien se le ocurre realizar una tercera parte, para ampliar este mundo que, de todos modos, nunca dejará de ser de culto.