Trolls

Crítica de Javier Luzi - Visión del cine

Regresan los Trolls con una película musical para ganarse a una nueva generación.
Los muñecos que “nacieron” en Dinamarca en 1959 y se impusieron en EE.UU. durante la primera mitad de los ’60 convirtiéndose en los juguetes de moda, para luego regresar en los ‘70, los ‘80 y los ’90, ahora se apoderan de la pantalla grande a través de una película de animación llena de optimismo, colores y canciones.

Los Trolls se caracterizan por su buena predisposición ante la vida, su tendencia a los abrazos y a la risa esperanzadora y su felicidad interminable y por ello son apresados por el pueblo de los Bertenos que no conocen la alegría salvo ese día en que celebran el Trolsticio y en el cual consiguen ser felices alimentándose de ellos. Un día el rey Peppy libera a su pueblo y logran volver a su tierra mientras que la cocinera oficial bertena es encontrada culpable de la huida y expulsada del reino. Veinte años después Poppy, la princesa Troll, es una joven feliz y optimista, el príncipe berteno Gristle sigue sin haber conocido la felicidad y Chef está a punto de descubrir el hogar donde viven los Trolls. A partir de ese hallazgo se desatan unas aventuras plagadas de descubrimientos tanto personales cuanto comunitarios que cambiarán finalmente el rumbo de los destinos de todos.

Con una animación donde la técnica sigue avanzando y consiguiendo claros logros, Trolls apunta su diferencia en el estallido colorido de su paleta visual y la música dance y pop para contar y amenizar la historia. Justin Timberlake (a cargo de la voz de Ramón/Branch,- el único troll que se niega a vivir en la felicidad eterna, a los abrazos continuos y cantando permanentemente como solución de todo-), como productor ejecutivo musical consigue convertir la pantalla en una pista de baile eligiendo clásicos que cuando aparecen también “cuentan” cantando la narración.

El guión adopta la forma de una fábula llena de buenas intenciones y mejores valores (el respeto a la diferencia, el sentido de grupo y de pertenencia pero, también, la mezcla y la necesidad de los Otros como prójimos, la ruptura de los prejuicios y las costumbres asumidas como naturales), recurre a los cuentos clásicos (la Cenicienta) y los nuevos (Shrek) y ofrece unos personajes que aunque esquemáticos (para su rápida y sencilla identificación) se tornan fácilmente queribles.