Triple crimen

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

La venganza ciega de “El quemado”

Con la estructura dramática de un thriller, el film narra un trágico ajuste de cuentas del que no fue ajeno la pasividad policial.

Testimonio de la política del avestruz practicada por el Estado Nacional y las Gobernaciones provinciales desde hace años en relación con toda clase de abusos, ilegalidades, falta de controles y contravenciones practicados por particulares o sus propios agentes, a esta altura el “documental sobre pérdidas y reclamos civiles” es un género sin techo dentro de ese ancho campo del cine argentino. Existen hasta el momento documentales sobre ejecuciones policiales, sobre intoxicaciones con desechos industriales, agrotóxicos y por radiaciones, sobre apropiación de tierras, y se supone que deberían estar en fase de producción o posproducción otros sobre abusos policiales y detenciones injustificadas de ciudadanos, entre otros temas posibles. Una de las constantes inevitables de este género es que ninguna de sus películas termina bien. Habría que ver qué pasa, en ese sentido, con Triple crimen, que narra la ejecución cometida en 2012 por un  grupo de “soldaditos” al servicio de un jefe narco de la zona –por error, según todo indica– en una villa de la provincia de Santa Fe. Tal vez se trate de una excepción a la regla genérica.

Filmada por el santafesino Rubén Plataneo (1958), Triple crimen tiene la estructura dramática de un thriller estadounidense (la de Detroit: zona de conflicto, que se estrena hoy, sin ir más lejos). El primer acto presenta el hecho criminal y el contexto en el que se produce, detallando quiénes son los victimarios y las víctimas. El segundo acto en el caso del thriller es el de la investigación, remplazada aquí por el duelo de las familias, la toma de decisión de hacer una denuncia y algunos relatos dispersos sobre la investigación policial, que evidentemente no pudo ser filmada. Finalmente, el tercer acto, el momento culminante, el del juicio, que sí fue filmado y aquí es sucedido por una suerte de coda o epílogo en la cual se echa una mirada sobre algunos de los familiares y vecinos de las víctimas. Y, por extensión, sobre el statu quo del barrio en general. 

Eso en cuanto a la estructura. Desde ya que en términos estrictamente dramáticos nada hay aquí que evoque ningún género cinematográfico. La película dirigida por Plataneo “se para” en el barrio Villa Moreno y desde allí narra los acontecimientos, reconstruidos por los vecinos. En la noche del 31 al 1º de año habría habido un tiroteo en casa de un narco de la zona conocido como “El Quemado”. En el tiroteo hirieron al hijo de éste, “El Quemadito”. “El Quemado” juró venganza, y al rato se presentó con varios de sus “soldaditos” junto a la canchita de Villa Moreno, donde cuatro chicos del barrio charlaban. Se supone que los confundieron con “soldaditos” de alguna banda rival, porque dispararon sobre ellos. Uno corrió y se salvó. Los otros tres, no. Aseguran sus parientes, amigos y vecinos que los chicos no andaban en nada.

Desde ya que los testimonios chorrean dolor. Salvo el del padre de uno de los chicos, que se mantiene llamativamente distante y articulado. Esto tiene que ver con su profesión, dato que se revela al final, por lo cual no se develará aquí. Si obviamente es en sus presencias donde se juega lo más emotivo, los datos más reveladores surgen en cambio de sus anécdotas o testimonios. Alguno de los chicos todavía se desangraba cuando llegó un patrullero, pero sus ocupantes no quisieron subirlo “para no manchar el tapizado de los asientos”. Este cronista cree que con ese testimonio alcanza para probar la complicidad policial. Pero si faltara más, un periodista radial no identificado asegura que el tal “Quemado” es un personaje empoderado por la policía, que lo usó como alfil para jugar internas dentro del hampa. Dice la mamá del “Mono”, otro de los chicos: “El Presidente de Santa Fe (refiriéndose al Gobernador Bonfatti) dijo que los chicos eran barrabravas de Ñuls y ‘soldaditos’ narcos. Nada que ver. Es mentira. Cuando fui a verlo y se lo dije, agachaba la cabeza”. Asegura otro observador: “En estos casos siempre se habla de ‘ajustes de cuentas’. Hay una enorme cantidad de chicos asesinados por año en Santa Fe, desde hace años. ¿Tantos ajustes de cuentas hay todos los años?”

De desarrollo prolijo e intenciones ambiciosas (claramente se apunta a trascender el caso específico para denunciar la impunidad delictiva y desprotección a la infancia y adolescencia en Rosario y Santa Fe), Triple crimen se permite ciertos evitables comentarios sarcásticos, dados tanto por el tono de un locutor que asoma en off de modo esporádico como por ciertas asociaciones visuales en el momento del juicio, que no aportan al relato nada que no sean un par de canchereadas al paso. Es disculpable, ya que nada de eso impide a la película cumplir con su función de documento y de alerta sobre una de tantísimas deudas pendientes de la sociedad argentina. Y esa es una de las tareas fundamentales de un documental. Al menos uno de denuncia, como es éste.