Tres tipos duros

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Tiempos mejores

Hay más de un problema de tono en Tres Tipos Duros. Los que esperen una comedia apenas si van a encontrarla. Los que esperen una película de acción (aunque no sé cuántos podían esperarlo) no van a encontrar mucho de eso. Los que tenían ganas de ver una película en la que tres próceres arrugados de la pantalla se juntan con una excusa no muy interesante para pasarla bien juntos podrían llegar a encontrar algo de eso, pero no explotado a fondo.

Una película, por supuesto, puede mezclar tonos y explorar, pero en más de un caso la sensación que deja Tres Tipos Duros es la de una película que planea sobre la superficie de dos o tres posibilidades para finalmente decidirse por el corte más simple. Lo cual, si uno llega hasta el final, puede rendir sus frutos.

Vamos a desterrar el primer error de esta película: Tres tipos duros (a pesar de su título de estreno local) no es una película sobre tres amigos vejetes que se vuelven a reunir. Alan Arkin, el tercer amigo, en realidad apenas si aparece unos 20 minutos y es más bien un secundario. Ese posiblemente sea el peor error de la película: mostrar poco su mejor atributo. Cuando Arkin está en pantalla, los diálogos chispean, la fotogenia estalla y la comedia sobre la tercera edad toma cuerpo verdadero. Pero dura poco. La mayor parte pasa entre dos tipos duros: Walken y Pacino, que parecen haberse alejado ya demasiado de los tiempos en los que sabían cómo decir una frase.

Por si a alguien le quedaba alguna duda (después de su breve paso por Jack y Jill), queda definitivamente comprobado: Al Pacino no funciona en la comedia. No sabe cómo llevarla. No puede manejar el timing. Es demasiado Al Pacino todo el tiempo (o, más bien, esa versión desmejorada de sí mismo en la que se ha convertido): el bronceado fosilizado, el gel en el pelo, la voz rasposa. Los chistes caen como piedras en el piso. A eso se suma un Christopher Walken retraído, ausente, probablemente como medio para construir su personaje. El resultado de ese trabajo es prácticamente una ausencia que atraviesa la película y que estalla por el costado emotivo hacia el final: un cálculo virado hacia el relato clásico.

Cuando Tres Tipos Duros asume finalmente la historia que quiere narrar (y deja de preocuparse por mostrar que los viejos también pueden ser adolescentes), encuentra su justificación. Todo lo que lleva hasta ese momento es un poco lento, como momentos de una historia/trámite que tenemos que atravesar para descubrir finalmente por qué era que tenían que importarnos estos personajes: no son los chistes, no es la posibilidad de volver a ver a estos actores (en un sistema del cine preocupado por esconder a los viejos), es la historia sincera de un hombre arrepentido y viejo.

Los lugares comunes y cierta corrección político/amable (que, paradójicamente, incluye chistes sobre el viagra) rondan a esta película que, con todo, existe como una anomalía dentro del cine de hoy. A lo mejor por eso busca a los tumbos su tono.

El homenaje a décadas pasadas (explícito desde la música) choca con la tortuosa construcción de chistes al estilo Nueva Comedia Americana (la cual, se sabe, no sobrevive fuera de la juventud y la velocidad). El resultado puede llegar a ser interesante.