Tres hermanos, tres destinos

Crítica de Aníbal Perotti - Cinemarama

Políticamente inofensiva

La última película de Rachid Bouchareb produjo un escándalo de proporciones en Cannes 2010 cuando un diputado del partido gobernante amenazó con boicotear el festival por considerarla una falsificación de la historia. Discurrir en estas líneas sobre la verosimilitud de las reconstrucciones históricas sería una tarea vana e inútil. Escribir la historia implica escribir una versión subjetiva, y para representarla en el cine, más allá de la forma elegida, es necesario elaborar un punto de vista retrospectivo. El gran problema de Tres hermanos, tres destinos es, paradójicamente, la ausencia de una toma de posición real. El director busca infructuosamente agradar a todos los públicos y consigue que sólo se recuerden las escenas espectaculares de violencia. La película se ahoga bajo el peso de un tema imponente y complejo presentado en un embalaje espectacular.

Tres hermanos… comienza con la expulsión de una familia de argelinos en beneficio de colonos franceses y termina con la masacre del 17 de octubre de 1961 en la que decenas de manifestantes movilizados por el Frente de Liberación Nacional (FLN) mueren a manos de la policía parisina. En el medio, la familia en cuestión tiene tres hijos cuyos destinos se cruzan azarosamente en un viaje cronológico que repasa la complejidad de los vínculos entre Francia y Argelia, signados por la voluntad del primero de dominar o incluso de absorber al otro. Una vez adultos, Messaoud combate en Indochina mientras Abdelkader y Saïd viven en Sétif. En mayo de 1945 el padre de los tres protagonistas muere como víctima colateral de la represión contra las manifestaciones por la independencia. Abdelkader es encarcelado junto a numerosos militantes y tiempo después reencuentra a los suyos en París, donde Saïd y su madre viven entre la suciedad de un barrio de casuchas en Nanterre. Estas escenas muestran el costado más despreciable de la película: el regodeo en las imágenes de la miseria obstruye los esfuerzos de los protagonistas y neutraliza las situaciones más dramáticas.

La película evidencia la brutalidad de las fuerzas de represión que se burlan tanto de la ley como de los insurrectos. Sin embargo, los personajes principales no están construidos como víctimas que suscitan empatía fácilmente. Si bien su comprensible rebelión contra la autoridad francesa es el tema central del relato, Rachid Bouchareb cuestiona el alto precio pagado por la independencia. El director subraya las purgas en el seno de la FLN, la sangrienta rivalidad con el Movimiento Nacional Argelino y el empleo de simpatizantes como carne de cañón. El guión descansa en una serie de dilemas morales y políticos que los dos hermanos mayores solucionan siempre en favor de la causa y contra los individuos. Las escenas de ajuste de cuentas se multiplican, la sangre y el fuego se funden, pero la dimensión espectacular con estética gangsteril no glorifica la acción terrorista. La película describe la marcha progresiva hacia un compromiso radical por distintos motivos: desde la convicción profunda y el comportamiento casi sacerdotal de Abdelkader hasta el vínculo tardío de Saïd en un impulso de amor fraternal. El deseo de venganza y el fundamentalismo ideológico de Abdelkader hunde a los tres hermanos en una lógica terrorista que los conduce a enfrentarse y a no tener futuro. La violencia constituye un reflejo primal en seres irremediablemente golpeados por la historia. Lo mejor de la película no pasa por las escenas de acción grandilocuentes sino por los momentos intimistas en los que se revela la inestabilidad de estos hombres profundamente heridos. Bouchareb sabe utilizar los cuerpos y los rostros de sus protagonistas para mostrar el sufrimiento y las asperezas de sus personajes.

La acumulación de información histórica hace que sea difícil medir la fiabilidad sobre el golpe de efecto y provoca una polisemia que se potencia por el desconocimiento de gran parte de los hechos que se narran. La película se queda a mitad de camino entre el film político, la crónica familiar y el espectáculo popular. Rachid Bouchareb oscila entre la epopeya, el fresco social y el film de gángsters, sin conseguir un blockbuster de violencia catártica ni una obra reflexiva. De todas maneras, a pesar de sus torpezas formales, sus personajes esquemáticos y su relato didáctico, Tres hermanos, tres destinos genera una saludable inquietud por documentarse, conocer mejor y reconstruir una historia compleja y oscura.