Tres D

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

No lo vimos venir, pero los signos estaban allí para el que fuera capaz de leerlos: De caravana, la opera prima de Rosendo Ruiz, cargaba con unas dosis de cine tan excesivas que iban a terminar obligando al director a replantearse por completo su segunda película. Tres D no se parece en nada a la anterior: el cine de Ruiz, a fuerza de tanto género, cultura popular y relato fuerte, pareciera haber hecho implosión y redirigido la mirada hacia sí mismo. O mejor, hacia el universo que dio a conocer al director y su primera película: los festivales de cine. Tres D transcurre durante la edición 2013 del FICIC, el festival de cine de Cosquín, y los protagonistas son un joven que trabaja para la organización haciendo entrevistas y una amiga que resulta ser una improvisada ayudante tanto como una compañera de aventuras. La cinefilia se mezcla con la mitología festivalera, y algunos de sus representantes más reconocibles como Gustavo Fontán, Nicolás Prividera y José Campusano responden preguntas y aparecen como maestros de ese raro oficio que es la creación de cine independiente. La película no teme cruzar la ficción con recursos del documental más tradicional, y en más de una ocasión se sirve de un desencuentro amoroso o de un gag para reencauzar la narración, como lo haría la más industrial de las comedias. Ruiz incluso consigue el prodigio de transformar a Campusano en humorista, y encima en uno bueno, como lo demuestra en el momento del casting, cuando el director entra en el plano desde un costado y revela que los gritos, puteadas y amenazas de muerte de Mica eran en realidad parte de un guión suyo. Si De caravana se presentaba como una película libre, esta lo es todavía más: a la par del guiño y la cita, Tres D suma una tensión romántica, un conflicto narrativo y hasta se permite espacios para reflexionar abiertamente sobre el cine, pero se trata de una reflexión viva, en caliente, hecha sobre la marcha y lejos de cualquier clase de especulación concienzuda: la película piensa con alegría y desparpajo, como si estuviese tratando de fundar algo así como una filosofía del pasarla bien. Evidentemente la lucidez y la gracia pueden tomar diferentes formas, y la filmografía de Rosendo Ruiz llega a ellas por un camino distinto cada vez.