Trenque Lauquen

Crítica de Luciano Monteagudo - Página 12

"Trenque Lauquen": la llanura de los senderos que se bifurcan
Unas cartas eróticas escondidas entre las páginas de un libro de una biblioteca de provincia disparan varias aventuras y misterios simultáneos, en la mejor tradición de lo que en literatura alguna vez se llamó “fantástico rioplatense”.

Autobiografía de una mujer sexualmente emancipada se titula ese libro olvidado que aparece en una biblioteca popular de una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires y que contiene un secreto que va más allá de sus páginas. Escondidos entre los pliegues del libro de la escritora rusa Alexandra Kolontai (nacida en el seno de una familia aristócrata, pero que fue parte activa en los movimientos revolucionarios que desembocaron en la revolución de Octubre) una bióloga porteña de hoy encuentra el primero de una serie de mensajes eróticos que una maestra de esa recatada ciudad rural se intercambiaba con su amante, varias décadas atrás.

Ese hallazgo es el primer motor de Trenque Lauquen, cuarto largometraje como directora de Laura Citarella (Ostende, La mujer de los perros, Las poetas visitan a Juana Bignozzi), que se interna en varias aventuras y misterios simultáneos, muy a la manera de esos jardines con senderos que se bifurcan que identifican a las producciones de El Pampero Cine.

Estrenada en la Mostra de Venecia y exhibida poco después en los festivales de San Sebastián y Mar del Plata (donde ganó el premio a la mejor película de la Competencia Latinoamericana), Trenque Lauquen dura cuatro horas divididas en dos partes que conforman un único viaje alrededor de unos pocos kilómetros a la redonda -los campos y localidades alrededor de la ciudad que le da el título al film-, pero que avanza y retrocede en el tiempo con la bella, serena fluidez de un arroyo rural.

La bióloga se llama Laura (extraordinaria Laura Paredes) y se entusiasma tanto con ese hallazgo que la consume hasta hacerla desaparecer en medio de ese horizonte llano, donde todo parecería estar a la vista. La buscan juntos los dos hombres que la aman: su novio (Rafael Spregelburd), un desconcertado académico porteño con el que estaba por formar una pareja, y un amante tácito, pudoroso (Ezequiel Pierri), empleado de la municipalidad local, que se entusiasmó tanto con la investigación de Laura que terminó enamorándose de ella.

Un poco como ya sucedía en Historias extraordinarias (2008), de Mariano Llinás, una historia lleva a la otra y cada nueva carta que Laura y Ezequiel van encontrando abre un abanico casi infinito de posibilidades, una suerte de laberinto epistolar que recuerda a esos grabados de Escher en los que las escaleras suben, bajan y se cruzan siempre en el mismo lugar: un espacio paradójico que puede contener varias dimensiones simultáneas, a cuál más hipnótica.

Aquí ese espacio paradójico toma la forma de la pampa húmeda bonaerense, una llanura mansa que a priori parecería la escenografía menos indicada para esconder misterios y desapariciones, pero que gracias a la sencilla pero imaginativa puesta en escena de la directora Citarella (autora del guion junto a su actriz Paredes) se vuelve mágicamente una zona plena de pliegues y secretos, no exentos de humor.

La libertad de concepción de Trenque Lauquen hace que el film pueda ir y venir sin prejuicios entre distintos géneros, desde la comedia romántica hasta la mejor tradición de lo que en literatura alguna vez se llamó “fantástico rioplatense”. La fragmentación de la realidad de pronto altera el orden natural de las cosas y aquello que podría parecer evidente se vuelve sin embargo opaco, sin perder la luminosidad que es propia de ese verano sin fronteras que está en el núcleo de la estupenda película de Citarella, quizás la más personal –en muchos sentidos- de toda su obra.