Transformers 3: El lado oscuro de la luna

Crítica de Diego Lerer - Clarín

Crash! Boom! Bang!

El lado oscuro de la luna” La tercera película de la saga es otra sinfonía de hierros retorcidos.

Si Michael Bay se viera obligado a dirigir el tráfico en alguna esquina sin semáforos no podría evitar que los autos chocaran entre sí de a decenas. Y, luego del desastre, no se podría identificar qué causó el accidente, por qué pasó, ni cómo se dieron las situaciones. Eso sí, el hombre se retirará del lugar con una sonrisita y un gesto de “misión cumplida”.

Imaginemos que ese Bay, antes de ubicarse en esa esquina esperando el choque, deposita media docena de cámaras para filmarlo. Luego toma todo el material grabado, lo mezcla y lo llama película. Bueno, algo así es ver Transformers: el lado oscuro de la luna , una especie de interminable sinfonía de hierro retorcido, de Metal Machine Music del cine pero sin intenciones experimentales (como el homónimo disco de Lou Reed) sino con la idea de conformar una cacofonía de motivos visuales y sonoros que llevan tres películas (y más de siete horas) reiterándose prácticamente sin variaciones.

En Transformers 3 , Bay expande el universo de esta pelea intergaláctica entre Autobots y Decepticons para incluir episodios de la historia contemporánea. La justificación narrativa de este filme es que la carrera espacial entre rusos y estadounidenses tuvo que ver con la búsqueda de un material llegado a la Luna desde el planeta Cybertron, en plena guerra civil entre ambos bandos. Y que parte de ese material sigue allí, otro aquí y que todo terminará con la aparición de un nuevo Prime (como Optimus, el hasta ahora líder de los Autobots), quién podría lograr que todo Cybertron venga a la Tierra.

Y más allá de si el planeta viene o no, lo que se siente es que para Bay no existe mucho más -a la hora de pensar cinematográficamente- que tratar de idear escenas de acción para luego arruinarlas en la ejecución. Tras un planteo mínimamente interesante (que tarda media película en explicar), Bay ya no sabe qué hacer con él. En sus películas, la acción no incluye a la trama: la detiene de igual manera que un solo de batería detiene una canción, para mostrar una pretendida y tediosa destreza muscular.

No debe haber en la historia de los “tanques” de taquilla personajes menos interesantes que los Transformers. Casi indistinguibles unos de otros -los buenos de los malos, y ambos de los indecisos-, verlos combatir es lo más parecido a ver un chico de tres años estrellar un juguete contra otro durante horas hasta que todas las partes terminan repartidas por el living. Da la impresión de que Bay es uno de esos niños que en un momento se cansa de armar su castillo y lo patea por el aire a ver dónde caen las piezas. Y si terminan en la cabeza de alguien, mejor.

Y si las secuencias potencialmente interesantes están mal narradas (toda la batalla que se produce en Chicago), el “factor humano” es mínimo, risible. Sam Witwicky (Shia LaBeouf) es un personaje de carisma nulo, y se agradecen las apariciones de personajes secundarios (John Turturro, John Malkovich, Kevin Dunn, Ken Jeong) que tienen al menos la gracia de un chiste malo en medio de un velorio: en esas circunstancias, uno se ríe de cualquier cosa, se agarra de lo que puede. Respecto a la reemplazante de Megan Fox, la británica Rosie Huntington-Whiteley, se puede decir que es muy bonita y que Bay la filma como si cada aparición suya fuera un comercial de shampú que interrumpe el filme.

Esto no quiere decir que no haya espectacularidad visual y un uso del 3D más discreto que lo esperado en un cineasta tan abusivo desde lo sensorial. Lo que no hay es nada que conecte a lo que se cuenta con algo humano, algo que lleve el interés de una escena a la siguiente. Ya no digamos a lo Spielberg (ver su nombre ligado a esta franquicia duele): hasta Emmerich es sutil y poético al lado de Bay. Por momentos uno siente que Michael se burla de sus propios clichés (los soldados avanzando en cámara lenta, las frases altisonantes, los chistes malos, las sobreactuaciones), pero al final se convence de que no. Que es consciente de ellos, pero que está orgulloso de sus aportes al cine de estos tiempos.

Lo que molesta, también, de Transformers 3 , es que tanto técnico talentoso y artista visual competente esté perdiendo el tiempo en esta franquicia inerte. Y que sea el bolsillo, finalmente, el que le dé la razón a una saga sin alma, sin vida, sin corazón.

Ah, no se les ocurra poner El lado oscuro de la luna , de Pink Floyd, a ver si “coincide” con la película. Jamás podrán volver a escuchar el disco otra vez. No es broma...