Transformers 4: La era de la extinción

Crítica de Leonardo González - Río Negro

Cuando más es menos

Los ahora "emblemáticos" años ochenta fueron una revolución, en cuanto a dibujos animados se refiere, para todos aquellos que éramos pequeños en esa década.

Sin dudas, en el Top 5 se encontraban los Transformers (1984-1987), que dominaban las tardes de 1987 por el viejo Canal 9.

A diferencia de lo que pasa comúnmente, los Transformers nacieron de una línea de juguetes y después pasaron al mercado audiovisual. La compañía Hasbro fusionó los famosos productos Diaclone y Microman, de la compañía Takara, y los lanzó en 1984 al mercado estadounidense con el nombre que todos conocemos. La franquicia se extendió a historietas, películas y series animadas, videojuegos y los films que empezaron en 2007. Hasta el día de hoy, no paró de expandirse.

En esta cuarta parte, pasaron cuatro años de los eventos ocurridos en Chicago, donde miles de personas murieron y la ciudad quedó destruida.

Los Autobots, aunque hayan defendido a los humanos, se convirtieron en fugitivos, ya no cuentan con la simpatía de la gente y rompieron relaciones con el Gobierno.

En tanto, un grupo de élite de la CIA, llamado Cementery Wind y liderado por el agente Harold Attinger (Kelsey Grammer), es quien persigue a los Decepticons para destruirlos. O eso parece, porque en realidad también caza Autobots. En realidad el agente tiene un pacto con Lockdown, un cazarecompensas transformer que tiene como objetivo capturar a Optimus Prime para llevárselo a los Creadores.

Attinger, a cambio de información e inteligencia, recibirá del robot una "semilla" (artefacto que sirve para destruir y acabar con todo a su alrededor) y se la venderá a la corporación KSI, cuyo dueño Joshua Joyce (Stanley Tucci), está diseñando sus propios transformers. Por supuesto, Joyce no sabe con lo que está lidiando y todo se saldrá de control.

Mientras tanto, Optimus Prime es descubierto y reparado por un pseudo inventor, llamado Cade Yeager (Mark Wahlberg), que quería venderlo como chatarra para pagar los estudios de su hija Tessa (Nicola Peltz). Esta pobre familia se verá envuelta en todo este lío y, para que el grupo de Attinger deje de perseguirlos para matarlos, ayudarán a los Autobots a evitar lo que se viene.

Bastante complicado, ¿no?

Es que así son las películas de Michael Bay, que parece creer que poner mucho más es mejor, y en realidad es perjudicial.

Está claro que el realizador sabe filmar, dispone de mucho presupuesto, pero subestima al espectador.

Abre tramas que jamás cierra, los personajes no generan empatía, recurre al uso excesivo de efectos sólo para mostrar que puede hacerlo. Bay debería prestarle más atención al guión y no hacer películas que se resuman en: explosiones + tiros + batalla + explosiones + persecuciones + momentos patrióticos + explosiones + destrucción gratuita + chistes malos y el agregado de explosiones.

Merecen un aplauso por la garra y las ganas que le ponen a su trabajo: Wahlberg, Grammer y Tucci, que con poco le dan la única cuota de calidad al film.

Punto a favor: hicieron un poco menos estrambóticos los diseños de los robots para que al menos sepamos quién es quién cuando no están transformados.

Es anecdótico que este largometraje haya arrasado en taquilla en Estados Unidos, porque lo único que demuestra es que al público al cual está dirigido en ese país se conforma con bastante poco.

Es hora de transformar esta franquicia sin pretensiones y vende pochoclos en algo noble y de calidad que le devuelva un poco de dignidad a aquellos dibujos animados que comenzaron todo.

Una generación entera lo está pidiendo.