Transformers 4: La era de la extinción

Crítica de Bernabé Quiroga - CiNerd

DEPÓSITO DE CHATARRA

Aunque a veces suelo dejarme llevar por la marea popular de odio, siempre prefiero ser justo y darle el beneficio de la duda a cada film. En mis años como amante del pochoclo, confieso que fui a ver varias bostas por simple curiosidad –y eso incluye (lamentablemente) películas como CREPÚSCULO y todas sus secuelas–. Este comportamiento fue el que me llevó anoche al cine, a ver TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN (TRANSFORMERS: AGE OF EXTINCTION, 2014). Pero otro factor también intervino. Tengo una segunda confesión que hacerles: Me gusta ver películas de Michael Bay. “¡Oh, no! ¡¿Cómo pudiste, Bernabé?! ¡Ya no creemos en vos!”, dirán ustedes. Lo sé, lo sé, pero no lo puedo evitar. No es que crea que son obras maestras, simplemente me parecen divertidas. Al igual que muchos, soy capaz de dejarme llevar por su ritmo veloz y su poco contenido, sin la necesidad de poner mi mente en funcionamiento, ya que sus historias son tan obvias que mi cerebro se mueve casi de manera automática. Sé que su filmografía no cambiará mi vida o la del cine, pero hay días en que prefiero algo inofensivamente bobo y entretenido, en lugar de analizar y caretear con alguna maravilla de Von Trier, Kubrick o Xavier Dolan. Habiendo dicho esto, creo que queda en claro que el análisis del nuevo film de Bay que estoy por hacer será lo más justo posible… pero nada amable, porque TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN es para mí su peor película y una desastrosa monstruosidad, larga, repetitiva e imperdonablemente aburrida. Es otra válida razón para que el mundo siga quejándose de Hollywood y de sus blockbusters que nunca cambiarán.

Si bien en T-O-D-O-S los laburos de Bay encuentro similitudes (desde las explosiones, los helicópteros y las mujeres cosificadas, hasta las cámaras lentas al azar, el patriotismo norteamericano y esos poéticos rayos de sol pegando en el lente), creo que su cine bien podría dividirse en diferentes categorías. Por un lado, sus buenas películas (que son buenas a pesar de muchas fallas). Allí coloco a LA ROCA (1996), LA ISLA (2005), BAD BOYS (1995) y ARMAGEDDON (1998). Por otro lado, sus flojas: PEARL HARBOR (2001), BAD BOYS II (2003) y PAIN & GAIN (2013), que aun no sé si odié por completo. Y a lo lejos, la saga TRANSFORMERS, convertida en un capítulo aparte de su filmografía. Apadrinada por Steven Spielberg, esta saga prometía mucho y, viendo en retrospectiva, soy de los que piensan que comenzó bastante bien. La primera TRANSFORMERS (2007) es la más redonda de la tetralogía. Obvio que es simplona y predecible, pero eso no evita que sea disfrutable y visualmente novedosa e impactante. TRANSFORMERS: LA VENGANZA DE LOS CAÍDOS (2009) y TRANSFORMERS: EL LADO OSCURO DE LA LUNA (2011) fueron solo intentos de repetir el éxito, repitiendo la formula de la manera más holgazana posible. Me seguían entreteniendo, había algunos cambios de locaciones y de actrices, pero en definitiva ninguna aportaba nada nuevo ni llegaba a estar a la altura de la que lo comenzó todo. En aquellas tres entregas, la acción corría por cuenta de los Autobots (ninguno con personalidad, solo los distinguías por su color) y uno o dos patrióticos soldados (lo mismo que dije en el paréntesis anterior). La carga emocional de los films (a la que Bay le debería haber prestado más atención) aparecía de a momentos en el personaje de Shia LaBeouf. La mayoría de las veces era insoportable, pero Sam Witwicky era un personaje con el que el público se podía sentir identificado. No era un héroe, un soldado, un robot. Era un pibe normal, un don nadie, un adolescente que reaccionaba como cualquiera de nosotros lo haría, aunque la mayoría de las veces era medio cagón. No poseía profundidad, pero era el único que se acercaba a la definición de “personaje” en estas películas. Todos los demás estaban allí para ser herramientas del guión, para intentar hacer reír, para disparar o para mostrar el culo ¿Qué pasa entonces cuando Sam Witwicky deja la franquicia? El director tiene que ponerse a escribir nuevos protagonistas y, por si no lo saben, los personajes son la kryptonita de Michael Bay.

TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN sucede unos años después de la devastadora Batalla de Chicago, y la relación entre Autobots y humanos ya no existe. Un agente de la CIA, Harold Attinger (un correcto Kelsey Grammer), está convencido de que todos los Transformers son peligrosos y se dedica a cazarlos con la ayuda de un cazarrecompensas alienígena, Lockdown, que busca a Optimus Prime por sus propias razones ¿Y dónde está el líder de los Autobots? Herido y escondido en Texas. Pero un día es encontrado por Cade Yeager (Mark “he’s so hot right now” Wahlberg), un mecánico e inventor frustrado (¡¿?!) que busca chatarra para vender y así poder pagar la universidad de su hija Tessa (la belleza de turno, Nicola Peltz). Cuando la CIA se entera del paradero de Optimus, los Yeager se convierten en fugitivos junto a los demás Autobots sobrevivientes. En el camino para limpiar sus nombres, se les unirán el novio de Tessa (un piloto de autos llamado Shane, interpretado por Jack “de madera” Reynor, que Papá Cade no aprueba) y el científico Joshua Joyce (Stanley Tucci), que intenta crear sus propios Transformers hasta que su experimento se sale de control y se convierten en una nueva raza de Decepticons. Ah, sí, también hay una bomba de tiempo y unos cuantos Dinobots que se unen a nuestros héroes al final del film. Sip, la puta campaña de marketing giró en torno a ellos y aparecen solo en los últimos minutos. Fuck you, movie!

Si leyendo la sinopsis se marearon, imaginen esa historia –entreverada al pedo– esparcida muy torpemente a lo largo de unos interminables 165 minutos, como si Bay no se hubiera decidido cuál trama contar. Ahora imaginen si TODAS esas subtramas se encontraran en un solo confuso clímax en el que, después de la enésima explosión, ya no sabés (ni te importa) quién le dispara a quién y por qué. La mayoría de esas historias secundarias están allí solo para introducir escenas y personajes que no aportan nada, excepto algunos momentos de acción que ya vimos miles de veces, unas cuantas promesas para futuras secuelas o más del idiota sentido del humor de Bay (que, para mi alegría, no abunda en esta entrega). TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN era la oportunidad perfecta para desafiarse a sí mismo, para hacer algo nuevo y original. De hecho, la planteaban como un reboot, un nuevo comienzo. Pero, ¿qué hizo el director? Desaprovechó el potencial de hacer algo más con la franquicia y filmó exactamente lo mismo, solo que con otro elenco y con un peor guión. En piloto automático, Bay no crea nada nuevo y se repite tanto que aburre. Están presentes sus persecuciones en una ruta, los enfrentamientos finales en una ciudad, el adulto loco (Tucci en remplazo de Turturro), el adulto heroico (Wahlberg en vez de Josh Duhamel), la parejita joven, los molestos agentes del gobierno y así. (¡¡¡SPOILERS!!! Seleccioná el texto para leer) ¡Incluso reviven a Megatron otra vez! (¡¡¡FIN DE SPOILERS!!!) Hay un par de truquitos nuevos para distraer a los fans (Dinobots, Transformium, imanes enormes y una secuencia dentro de una nave alienígena), pero en definitiva es más explosión con menos contenido. Como dije al principio, no está mal disfrutar de una historia boba y cliché que no requiere mucho esfuerzo por parte de la audiencia. El problema es que, cuando contás el mismo chiste por cuarta vez, deja de ser divertido y empieza a volverse insultante. Al haberlos visto antes, los efectos ya no engañaban ni distraen –¡Incluso, en ciertos momentos, son muy flojos!–. Esta vez, uno puede estar atento a otras cosas y contemplar las enormes gritas y baches en el libreto que ahora son más evidentes que nunca.

TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN hace estallar la pantalla una y otra vez, en un exagerado desfile de pirotecnia que alcanza el ridículo como sus predecesoras no lo hicieron. Con suficientes explosiones en slow motion para todo el 2014, Bay demuestra nuevamente que para él eso es lo importante: Lo visualmente cool, como un robot con espada, montado en un dinosaurio de metal. No se da cuenta de que, en realidad, una explosión es interesante solo cuando un personaje por el que sentimos empatía escapa de ella o está en peligro de muerte. Pero, ¿cómo podemos conectarnos emocionalmente con esos seres unidimensionales y estereotipados a los que Bay llama “protagonistas”? En el mundo real no existen “inventores” que se ven como ex-modelos de ropa interior; y no hay chicas con maquilla a prueba de caídas y choques, que usan ropa sexy sin importar la situación. Para este director, si un Autobot es inteligente, se parece a Einstein; si es pacífico y usa espadas, debe ser un samurái con rasgos orientales, que habla con la voz de Ken Watanabe. Bay está convencido de que si un humano vive en Hong Kong, sabe karate; y si vive en Texas, sabe tirar una pelota de fútbol americano. Ese es su manual de construcción de personajes: Seres clichés (algunos bastantes ofensivos) cuyos pobres conflictos se solucionan de la manera más tradicional, o que son de una forma u otra por simple conveniencia de la trama (¡¿Justo era piloto de autos el pibe?! ¡¿Justo es un mecánico el que encuentra a Optimus Prime dañado?!). Lo peor es que Bay sigue desaprovechando varias escenas en ellos. La relación de Wahlberg con su hija y con su yerno podría haber sido el corazón del film, pero están pobremente construidos y sus historias son de las más usadas en el cine (“Tu madre murió y le hice una promesa de que siempre te cuidaría”, “Debes dejarme vivir mi vida, papá”, “Mi padre me abandonó cuando tenía cinco años” y así). Regla de oro para Miguelito: Cuando los personajes no son interesantes, se vuelve imposible para el espectador interesarse en la historia. Pero sí le agradezco que, esta vez, el personaje principal no se quedara escondido a gritar el nombre de su Autobot favorito, en busca de ayuda. Cade Yeager dispara, maneja, pega piñas y piensa planes. Por eso creo que Wahlberg es de las pocas cosas que sí funcionan en LA ERA DE LA EXTINCIÓN.

Reconozco que, por primera vez en la historia de TRANSFORMERS, intentaron darle más participación a los alienígenas. Dejando de lado a los nuevos Autobots (que se dedican a tirar misiles y líneas de diálogo patéticas) y a Bumblebee (que no hace nada), Optimus Prime recibe algo de personalidad. Sí, pasa por su habitual rutina de recibir una paliza, volver en forma badass y soltar cada tanto un discursito, pero esta vez se muestra rencoroso, vengativo y con acciones más ambiguas que heroicas. Podría haber sido fascinante si lo hubiesen desarrollado más (y si hubieran aprovechado por completo su relación con el personaje de Wahlberg), pero el film tiene tantas boludeces en que centrarse, que no queda espacio para desarrollar nada en profundidad –Por ejemplo, en vez de un solo villano (Lockdown era el que más prometía), aquí hay tres o cuatro bastante chatos–.

Pero es un caso perdido: Bay sigue haciendo oídos sordos a las críticas, al igual que sus fieles fanáticos, y TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN ya es un enorme éxito en taquilla, con público y una quinta entrega asegurada. Sí amaste esta película, no hay problema, disfrutá tranquilo. Pero me resulta difícil entenderte. Podés defenderla diciendo que las escenas de acción son increíbles, pero yo ya las vi en películas mucho mejores. Podés putearme porque no capto que el elenco es superior y que la nueva historia le da frescura a la saga, pero para mí el guión es más estúpido e incoherente que el de las anteriores. Lo único que rescato del film (más allá de algunas ideas prometedoras en la historia que lamentablemente ejecutaron como infradotados) es que blockbusters tan decepcionantes y olvidables como TRANSFORMERS: LA ERA DE LA EXTINCIÓN empiezan a abrirle los ojos a algunos espectadores. Hollywood puede dar películas pochocleras inteligentes (CAPITÁN AMÉRICA Y EL SOLDADO DEL INVIERNO, X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO, LA GRAN AVENTURA LEGO, CÓMO ENTRENAR A TU DRAGÓN 2), pero la clave está en darle tu plata de la entrada a la persona correcta. Michael Bay no es esa persona. Filma y narra sin ganas, sin pensar y sin pasión, utilizando solo las herrumbradas piezas de su pasado y apilándolas una encima de otra como en un enorme depósito de chatarra. Eso no es cine, es basura.