Transfomers: El último caballero

Crítica de Mariana Van der Groef - Proyector Fantasma

El que mucho explota…poco cuenta
Las películas de la saga Transformers siempre fueron exageradas. En ellas todo era enorme: los elencos con todo tipo de personajes, demasiadas líneas argumentales, escenas de acción a escalas inmensas, explosiones por doquier. Quizás en un comienzo funcionaban bien, pero con el pasar del tiempo, se tornaron aburridas. Transformers: El Último Caballero es más de lo mismo.

El inicio de la película nos sitúa en los Años Oscuros, más específicamente en medio de una batalla donde el Rey Arturo (Liam Garrigan) y su compañía llevan las de perder. Pero Merlín, el borracho y embustero asesor del rey (interpretado por el gran Stanley Tucci) consigue que un Caballero Transformer le preste su ayuda. Así es como se hace con un dragón Transformer de tres cabezas y el “cetro de poder máximo” que ayudan al Rey Arturo y sus doce caballeros a ganar la batalla.

De vuelta en la actualidad, nos reencontramos con Cade Yeager -interpretado por Mark Wahlberg, quien tomó el lugar de personaje principal luego del “brote psicótico” de Shia LaBeouf- prófugo de la justicia por proteger Autobots. Pero su escondite no le dura mucho tiempo, ya que los Decepticons y el ejército yanqui lo encuentran y lo obligan a volar hacia Inglaterra. Allí conoce a Sir Edmund Burton (Anthony Hopkins), el último de una larga línea de custodios de los secretos antiguos de los Transformers (porqué un actor como Anthony Hopkins se prestaría para este papel es un gran misterio) y a Viviane Wembly (Laura Haddock), una profesora de Oxford fanática de los vestidos ultra-apretados que enseguida pega onda con Cade.

Finalmente nos encontramos con Optimus Prime (Peter Cullen), que llega a su destrozado planeta Cybertron y se encuentra con Quintessa (Gemma Chan), una malvada robot hechicera que lo engatusa para que la ayude a reconstruir Cybertron destruyendo la Tierra. Uf, que argumento larguísimo, y eso que dejamos partes sin mencionar.

Pero la complejidad del argumento no sería un problema si la película estuviera bien contada. Transformers: El último caballero carece completamente de equilibrio: está compuesta por una seguidilla de escenas de acción extremadamente exageradas, intercaladas con breves momentos de humor intrascendentes.

Deja de lado completamente la idea inicial en la que se basaba Transformers (robots en guerra que se convertían en autos de alta gama) y pasa a metamorfosis aún más extraordinarias: robots que se transforman en dragones de tres cabezas y pequeños demonios robots que a su vez se transforman en un demonio más grande con un aspecto bastante similar al Balrog de Tolkien. El humor simpático y simple que caracterizaba a la saga sigue ahí pero recargado: no pasa un segundo sin algún gag aunque esté absolutamente fuera de contexto.

Sí, la quinta entrega de Transformers tiene muchos problemas. Otro punto cuestionable sin dudas, es su duración; dos horas y media de persecuciones interminables, explosiones a mansalva y furiosas luchas entre Transformers que terminan desdibujándose y perdiéndose en el amasijo de metal animado. 149 largos y tediosos minutos que bien se podrían haber resumido en 90.

Cada director tiene un estilo propio y Michael Bay plasma el suyo en El Último Caballero como pocos saben hacerlo, pero alguien debería haberle avisado a Michael que aunque las explosiones estén buenísimas, sin una historia que las respalde, dejan de ser divertidas.

Para ser justos, todos sabemos más o menos a qué nos exponemos cuando vamos a ver una película de Michael Bay, pero acá se le va la mano. Por suerte, ha prometido que esta es la última película de Transformers que él dirigirá, lo que es un gran alivio para todos. Quizás una visión fresca le de a esta historia el reboot que merece.