Transfomers: El último caballero

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Ensalada de robots gigantes
La quinta entrega de la franquicia se apoya en los efectos especiales y se desentiende de la coherencia del guión.

Quieren explosiones y objetos voladores envueltos en llamas? Los tendrán desde el minuto cero. ¿Quieren combates cuerpo a cuerpo? También los tendrán desde el minuto cero. ¿Quieren asombrosos efectos especiales? Ahí están. ¿Quieren entretenimiento pochoclero? Lo tendrán, pero sólo durante los primeros 45 minutos. ¿Quieren una historia con sentido? Vayan a ver otra película.

Esta es la despedida de Michael Bay de la franquicia Transformers (dirigió toda la saga, un récord mundial). Y se ve que quiso irse a lo grande, llevando al paroxismo su marca registrada: la ruidosa ensalada de acción, estallidos y persecuciones (el famoso “bayhem”, juego de palabras entre su apellido y “mayhem”, caos). La clave es la épica: todo debe ser heroico, impresionante, espectacular, de principio a fin. En un crescendo demencial, cada secuencia debe superar a la anterior. No alcanza con las peleas entre los enormes robots: tiene que haber naves gigantescas y choques entre planetas. Y el guión sufre.

El interés va de mayor a menor, en una relación inversamente proporcional al tamaño de la pirotecnia. Lo mejor es la secuencia inicial, que se remonta al siglo V para mostrar una batalla entre el ejército liderado por los Caballeros de la Mesa Redonda y unos bárbaros. Cuando la acción se traslada a la actualidad, empieza la confusión: todo suena a excusa endeble para poner a luchar a los Autobots contra los Decepticons.

En el medio quedan los humanos (dicen que esta también es la última aparición de Mark Wahlberg como el mecánico Cade Yeager), que nunca terminan de encajar. Además de que no se entiende su rol, la incompatibilidad de escalas entre los Transformers y los hombres queda demasiado a la vista, como si un nene hubiera puesto en un mismo juego muñequitos de Playmobil y de He-Man. Por momentos, la película se ríe de sí misma y hace bien: si hubiera abrazado el ridículo todo el tiempo, quizás el resultado habría sido mejor.