Toy Story 4

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

La saga de Toy Story, que hoy presenta su cuarta entrega, ya es un clásico en la historia del cine de animación. Hay muchas razones por las que esta creación del año 1995 primer largometraje de la emblemática compañía Pixar sea tan universal y se eternice. No hay límites de edad, ni de nacionalidad para identificarnos con el universo que encierra la vida secreta de estos juguetes que ya son un poco de todos.

Para reencontrarnos con esta cuarta entrega me gustaría repasar un poco los tópicos que hacen de todas estas películas, distintas entre si pero con factores comunes, tan singulares y esperadas. Si quienes las vemos somos adultos aquella evocación nostálgica donde recordamos a esos seres inanimados que dotábamos de vida pierde toda melancolía y revive, se hace una acción en presente, donde podemos espiar(nos) jugando con esos objetos a los que les otorgábamos acciones y palabras, pero lo más feliz es ver su vida secreta la que el niño de la pantalla no puede ver , como nosotros no veíamos, y es que esos juguetes tienen realmente vida propia. Piensan en nosotros, o sea en Andy o en Bonnie sus dueños, nos esperan, desean ser elegidos entre todos, se arma un lazo de amor de ellos hacia sus dueños, y una espera, un cuidado, un estar ahí dispuestos para la vida lúdica que en la adultez recreamos como podemos con lo que hacemos de nuestras vidas.

Pero ya no evocamos lo ausente, ahora está ahí en pantalla personificado y esa escena amada tiene los matices adecuados para ser la elegida: hay imaginación infinita, hay un amor que le da alma a lo que otros dirían que no tiene y hay mil formas de amistad.

Decía una filósofa alemana (Hannah Arendt), en su tesis de grado en filosofía, que la primera condición de amar es temer perder al objeto amado. Si hay algo que Toy Story pone en primer plano es esa forma de la emoción amorosa, el niño que teme perder su juguete y el juguete que teme perder a su dueño. Ser reemplazado por otro juguete o dejar de ser útil como tal, es para Woody, Buzz Boo o Jessie tan angustiante como para nosotros dejar de pertenecer al universo de quien queremos. Por eso también la saga nos muestra que así como Andy sufre si extravía su juguete es capaz de legar su valioso universo a otra niña, porque los juguetes tienen historia y se heredan, se narran y se hacen propios jugándolos, porque jugarlos los significa.

De las máximas “Yo soy tu amigo fiel” o “Al infinito y más allá” en Toy Story 4 entramos a una nueva etapa de la vida de los juguetes, otra era con otra nueva dueña, la pequeña Bonnie, a la que ya vimos en el final de Toy Story 3. Pero esta nueva ola es también otra etapa de sus propias vidas, porque los juguetes también desean, crecen, y se transforman.

El filme comienza con un racconto (desde un punto de vista no visto) de lo sucedido en la película anterior donde se devela entre otras cuestiones como Bo Peep fue a vivir a una nueva casa y la vemos despedirse de Woody.

Ahora Woody y la banda están inmersos en el universo de Bonnie una niña pequeña que está por comenzar el jardín. Aunque Woody no es el elegido de su escena de juego y queda solito en el placard, no duda en escabullirse en mochila para oficiar como objeto transferencial en su adaptación al jardín. Pero con toda la cuota de humor que esta cuarta entrega despliega, más que esa función Woody termina siendo su secreto ayudante a la hora en la que Bonnie crea con un cubierto de plástico que ha tomado de la basura un nuevo juguete llamado “Forky”, y esa creación la envalentona a dar ese nuevo paso en el mundo social de la primera escolarización.

A partir de allí la vida en comunidad con Forky es divertida y caótica pues el juguete hecho de descartes se siente compulsivamente atraído por la basura. Ingeniosa analogía con la idea subtextual de lo descartable que hoy puede percibirse del mundo de los objetos.

La trama avanza hacia otros pagos y deviene que entre otras cuestiones reaparece la mágica y dulce pastorcita Bo Peep ahora convertida en una mujer empoderada que usa pantalones, lleva a sus ovejas como atrevidas ayudantes y maneja a lo loco un puercoespín con ruedas. Es que Bo es un juguete perdido pero ha decidido que esa es su vida y dejar atrás la nostálgica utopía de volver a pertenecer a un nuevo niño.

Hay un mundo de juguetes perdidos, o estacionados en el anaquel de un anticuario y así como la independiente pastorcita elije la libertad solitaria de ese gremio, otros buscan desesperadamente volver a tener un hogar infantil de pertenencia.

No es que en Toy Story 4 no haya ternura o emotividad, pero el humor en sus distintos matices domina toda la narrativa. Al mismo tiempo se presentan los momentos claves de grandes decisiones, donde entre los mismos juguetes hay desafíos a resolver, porque sus vidas son un proceso de cambio donde también se presentan dilemas en los que cabe apostar por lo desconocido. El amor de un niño o el amor de otro juguete pueden ser dos fuerzas en tensión, como dos formas distintas de vida que afrontar. Por eso Woody – ahora que Andy ya no está – debe considerar nuevamente que camino tomar. Y es que los años pasan siempre, hasta para ellos mismos.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria