Toy Story 4

Crítica de Paola Menéndez - A Sala Llena

“- ¿No volveremos a verte nunca?

– Nunca es demasiado tiempo”

Shane, Raíces Profundas

Más de veinte años han pasado ya desde el estreno de la primera y maravillosa entrega de Toy Story (1995) a manos de John Lasseter, en donde hemos conocido a este gran grupo de pequeños juguetes entrañables.

En el 2010 encontramos en Toy Story 3, el (creíamos) desenlace más emotivo, catártico y honesto con el que cierran su participación los personajes de la saga. Sin embargo, nuestra única certeza es que hablar de un final, en sentido estricto, evoca para el Hollywood actual un estado temporario e iterativo. Sobre este firmamento, aparece entonces una nueva película: Toy Story 4.

El Señor de los Anillos, novela clásica del Fantasy escrita por J.R.R. Tolkien, culminaba con una variedad de apéndices, que trataban y ampliaban historias, luego de narrar la gloriosa epopeya de las legiones del Bien contra las fuerzas destructoras de Sauron, el señor oscuro. Así, podíamos saber más sobre el linaje de los reyes numenóreanos, la casa de Durin y la aparición de la raza enana o de la historia de amor entre Arwen Undómiel y Aragorn.

Toy Story 4 ofrece, mutatis mutandis, un procedimiento análogo como mecanismo argumental. Por esto es que resulta lícito considerar dos ideas en paralelo que establecen una diferenciación atendible: la película anterior es la auténtica conclusión de la franquicia mientras que, por otro lado, esta nueva entrega se asemeja más a un apéndice narrativo como el mencionado anteriormente.

TS4 representa una aventura hacia el interior del héroe ya maduro y también una apuesta en el riesgo de resignificación al mundo. Woody (Tom Hanks) recibe a un nuevo integrante de la comunidad juguetera, Forky (Tony Hale), a quien deberá proteger y guiar a fin de que comprenda cuál es su rol en el mundo de la pequeña Bonnie. De alguna manera, Woody actúa como una conciencia colectiva en la que viene inscrita aquella frase que pronuncia con seguridad bien entrada la película, algo así como que no hay labor más noble para un juguete que servir a un niño. Esto abre una imbricada red de cuestiones.

Por un lado, subraya la idea de que los juguetes vienen con un self prefijado de fábrica. La subjetividad es algo que se va a desarrollar, pero se construye por sobre una serie de condiciones cartesianas que podríamos definir en principio, como innatas. Por ejemplo, aun en su estado paranoide durante la primera entrega, Buzz Lightyear (Tim Allen) tiene inscripto un código de conducta: sabe, entre otras cosas, que no puede moverse o hablar enfrente a los niños. Queda implícito que el manual de instrucciones de cada juguete tiene una fuerte carga simbólica hacia el usuario, pero también para el artefacto en sí mismo.

Durante el filme, Woody se adentra en una comunidad de juguetes perdidos y allí contempla una verdad perturbadora: hay todo un mundo que se erige más allá de los niños y no es opaco, triste o lleno de resentimiento, sino más bien todo lo contrario. Frente a este sacudón del destino, toda la filosofía con la que venía seteado acaba desplomándose poco a poco. Woody da a lugar a planteos existencialistas centrados en la singularidad, el libre albedrío y la ética jugueteril.

Desde este punto de vista, la película exhibe un cambio tan radical en la concepción del mundo que impacta violentamente sobre la comunidad, ya que Woody constituye la personificación paradigmática del modelo de juguete a seguir. Esto conlleva a un cambio en su propio status de héroe. El sheriff es quien ha tomado durante años bajo su responsabilidad el devenir de todo su pueblo llegando, muchas veces, a sacrificarse por él. Justamente el paso del tiempo hace mella, y paulatinamente va descubriendo que su lugar ahora no está junto a Bonnie y sus amigos porque ya no pertenece a ese mundo ni espacial ni temporalmente: se ha convertido en un outsider. Por ello, la entrega de la estrella de sheriff a Jessie (Joan Cusack) no hace más que cristalizar esta cuestión demostrando su alejamiento voluntario.

TS4 representa el pasaje de un estado de inocencia que podría estar representado en Forky a un estado de madurez donde realmente se siente plenitud y se ha dado todo. Bo Peep (Annie Potts) ya no es la muñeca de porcelana que Woody había conocido. A través de su experiencia es quien confirma al sheriff que ya no podrá adaptarse al modo de vida que él mismo y durante tanto tiempo ha ayudado a perpetrar, pues ha cambiado. Sin embargo, hay un más allá esperanzador. Y esto es lo revolucionario de esta entrega: un personaje que en lugar de volver los pasos sobre sí mismo, toma el riesgo de aventurarse hacia otro mundo. Woody toma riesgos, elige su destino, y en esa posibilidad se redime a sí mismo, eludiendo la decadencia y la insatisfacción por ser relegado al armario.

El vaquero no cabalga ya sobre la nostalgia y los recuerdos destrozados sino sobre la esperanza de que el futuro siempre nos depara cielos más felices.