Toy Story 3

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Aquellos viejos y queridos juguetes

Pasaron 11 películas y la incipiente revolución tecnológica, con su vedette del 3D, parece no haber afectado a los estudios Pixar sino todo lo contrario, porque la usina creativa desplegada en Toy Story 3 lejos de apagarse se encendió para el regocijo de todos los que miraban con nostalgia aquellas dos gemas que comenzaron esta saga. Nunca habrá un mejor desenlace para una trilogía que volver a las fuentes manteniendo una coherencia conceptual admirable, pero siempre adaptándose al paso del tiempo sin apelar al reciclado de viejas fórmulas, aunque apegándose afectivamente a esas criaturas digitales tan entrañables para el público.

Alguna vez se dijo que aquellos integrantes de Pixar podían definirse como adultos con alma de niños, dado que siempre estuvo presente en cada una de las aventuras pensadas el riesgo que implica el juego y la confianza de saber que si la historia es sólida y creíble -en términos de verosimilitud- se llega a buenos resultados, pese a que la apuesta para lo que vendrá sea mayor con cada proyecto.

Por eso, si hay algo que esta tercera entrega cuida es la idea de poner la historia por encima de la técnica; y esta historia trae de vuelta a aquellos viejos y queridos juguetes que conocemos: el cowboy Woody (Tom Hanks), Buzz Lightyear (Tim Allen), Jessie la vaquera (Joan Cusack), Rex (Wallace Shawn), la pareja de señores Papa, entre otros, a los que se suman nuevas atracciones como Lotso (Ned Beatty), un oso de peluche resentido; un bebé con una mirada siniestra y hasta el mismísimo Ken (Michael Keaton), quien conoce a su Barbie.
Sin embargo, la síntesis conceptual que faltaba para corroborar la creatividad de los hacedores de Toy Story llega en Día y noche, el cortometraje que antecede al film. Aquí, la fusión entre el 2D y el 3D se genera a partir de una idea brillante y con una potencia visual increíble.

Resulta imposible para quien no haya establecido una relación afectiva con algún juguete de la infancia comprender cuál es la esencia de esta trilogía, que no sólo es un profundo y nostálgico viaje hacia la niñez -con su pureza e ingenuidad características- sino una celebración de la imaginación para la que sólo se necesita una mente abierta y libre de prejuicios, como la que pueden tener algunos niños aún en tiempos de internet, celulares y criaturas como Barney. Ese es el caso de Andy, a quien vemos al comienzo en un video hogareño disfrutando de sus juguetes y que en la actualidad dejará el hogar para ingresar a la Universidad.

Es decir, que si bien los muñecos se mantienen intactos y no cambian, lo contrario ocurre con sus dueños que crecen y se transforman en adultos para luego olvidarse de los viejos tiempos. Así se plantea el conflicto que divide al grupo en oposición a la fidelidad irrenunciable de Woody, para quien no existe otra chance que la de permanecer junto a su antiguo dueño, aunque la posibilidad de ir a parar a la basura resulta probable y completamente lógica tratándose de un adolescente en plena transición a la adultez.

El resto de la historia no es conveniente adelantarlo aquí ni anticipar al lector una serie de sorpresas en función a la trama con el ojo puesto en el humor físico; en los diálogos inteligentes y en la más pura aventura para la cual el 3D es sencillamente un plus que no le quitará ningún mérito a la versión en 2D.

Así como la mirada profunda de Woody nos conecta con el candor y la alegría de la niñez, cada plano de esta gran película dirigida por Lee Unkrich (co-director de Toy Story 2, entre otras) nos devuelve la magia del cine más puro y menos artificioso.