Tóxico

Crítica de Inies Ro - A Sala Llena

En el contexto de una pandemia que azota a la humanidad, Laura (Jazmín Stuart) y Augusto (Agustín Rittano), una pareja de treintañeros, inician un viaje en motorhome. La decisión de partir fue tomada unos días atrás, dejándole su casa a una pareja de amigos (Lucila Mangone y Martín Garabal), único vínculo con el exterior.

Laura quiere quedarse en la ciudad pensando que es lo más seguro mientras que Augusto demanda emprender la retirada a una casa (de la que no se sabe nada, apenas se menciona). Ambos tienen sus motivos que se irán develando a lo largo del trayecto. Tóxico es una road movie apocalíptica con elementos de humor negro, dirigida por Ariel Martínez Herrera.

En este paisaje veremos filas para hacer compras donde todos usan barbijo y médicos forenses que levantan cuerpos de casas cuyas fachadas han sido marcadas. En una caricaturesca escena, la consulta médica a la que acude Laura está repleta de pacientes que reclaman tratamiento; una notoria crítica acerca del deficiente sistema de salud que no está preparado para una epidemia.

El panorama es incierto: el aislamiento ha llevado al pánico, a la desobediencia civil mediante saqueos, a la represión policial, a la desidia. Incluso al asesinato de familiares, además de suicidios. Augusto es un ser metódico y ansioso mientras que Laura sabe atemperar sus preocupaciones. Se discute acerca de la convivencia en el motorhome: el uso de barbijos, compartir el mate, tener relaciones sexuales, adaptarse a la nueva realidad hasta llegar a destino.

La amenaza exterior no tarda en llegar: las fuerzas de seguridad intervienen, abusan de su poder y se van. El escepticismo y la depredación oportunista se ven exacerbados por la paranoia de Augusto, que cree ver espías en todos lados, extremando las medidas de higiene y aislamiento del mundo exterior. Ante el agotamiento de recursos, se toman medidas desesperadas. Hay explosiones de puentes y violentos enfrentamientos entre vecinos, con la desconfianza como enemigo principal.

El clima de tensión se sostiene mediante la utilización de planos cerrados que generan opresión, música coral, voces en off e imágenes distorsionadas. También sobresalen tintes irónicos en los diálogos, que buscan la complicidad del espectador.

El encuentro en un pueblo abandonado con un pintoresco empleado de la estación de servicio (Alejandro Jovic) modifica la dinámica de la pareja por su particular filosofía de vida. Este les genera interrogantes, busca métodos para evadirlos del tiempo, los hace reflexionar sobre la naturaleza con sustancias psicotrópicas. Augusto lleva mucho tiempo sin dormir. El acostumbramiento a la nueva realidad provocará desconcierto y conductas insospechadas. Las noticias de la ciudad no son alentadoras. El futuro es un concepto difuso y abstracto, las teorías conspirativas se multiplican. El destino final parece cada vez más lejano.

La película, que contiene guiños a 1984 de Orwell, deja postales desoladoras aunque bellas. Se aborda el tema de la incomunicación (humana y tecnológica) y el de los absurdos rituales cotidianos que llevamos a cabo en el conjunto de la sociedad. La crítica a las instituciones, a los oscuros mecanismos de control, a cómo reaccionamos ante situaciones límite para protegernos y a la vez cuidar del otro, se hace quizá demasiado presente.

Martínez Herrera concibió la idea de la película mucho tiempo antes del contexto actual, es por eso que resulta por lo menos interesante. Decir que la realidad supera a la ficción, en este caso, parece más que pertinente.