Torrente 5: Operación Eurovegas

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Fuera de la ley (y de tiempo).

“¿Nos hacemos unas pajillas?”. Para el punto de esa frase tirada al azar, con la entrega de alguien que propone masturbarse como si fuera una alternativa grupal tan usual como escuchar la radio, José Luis Torrente encontró el punto de conexión con una generación irónica, dispuesta a depositar toda la corrección política por una hora y media de chistes xenófobos, homofóbicos, misóginos y con demás tachados. El secreto de Santiago Segura a la hora de crear la criatura que se volvió la cara taquillera del cine español no es sutil. El asunto fue crear un balance, con un extremo dedicado a la burla kármica a un personaje ridículo y sucio con tintes del Pato Lucas y aires propios de Harry el Sucio, mientras que el lado opuesto jugó con la satisfacción momentánea de las fantasías de una sociedad estereotípica en sus cabezas. En los 16 años que pasaron, Segura llevó esa ecuación a incrementos en oscuridad y presupuesto, con el apoyo taquillero motivándolo a dejar intacta su fórmula. Pero ahora, con el estreno de Torrente 5: Operación Eurovegas (2014), quedó claro que la falta de direcciones dejó al pozo de ideas de esta franquicia definitivamente vacío.

Igual, la promesa de los primeros minutos ilusionaba con otra cosa. Abriendo en 2018, el film muestra a Torrente saliendo de prisión, un lugar vuelto popular para la gente que ruega entrar, agitando a los guardias condenas por homicidios y violaciones mientras él trata de entender. Y sí, la gente tiene motivos. Mientras el policía estuvo tras las rejas, España fue expulsada de la Unión Europea, volvió a la peseta, sufrió la independencia de Cataluña y ni siquiera pudo conservar a su amado club, el Atleti. Sintiendo el punto de quiebre por una sociedad hundida en la miseria, Torrente se declara un “fuera de la ley”. Por supuesto que, a esta altura, cualquiera que lo haya visto antes ya asumía eso de él. Pero eso no importa cuando el ex-oficial hace un trato con el misterioso estadounidense John Harrison (Alec Baldwin), quien le manda armar un equipo para llevar a cabo un robo maestro, en el único casino restante del fallido proyecto de Eurovegas. Lo que sí importa es que, metiéndose en su primer trabajo de criminal, el ya no tan inflado José Luis se manda un trabajo horrible, amasando un grupo del sector más inepto de la madre patria. Pero con el reloj en marcha hacia la distracción perfecta (la final del Mundial de Fútbol entre, claro, Argentina y Cataluña), el conjunto bizarro tiene que planificar el golpe perfecto.

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Es en este mundo donde la película se hunde en familiaridades. Por un lado, la decisión sin impacto de volver un directo delincuente a Torrente, antes un antihéroe accidental que sólo hacía justicia cuando estaba en el medio de sus fines perversos, termina de señalar como Segura (quien, de nuevo, dirige, escribe y protagoniza) no cambió lo mínimo que incluso nos agarra a un personaje inmodificable. Lo terrible es el hecho de sumar dos de las faltas más terribles de las comedias actuales: por un lado, pasar al frente la repetición de chistes viejos; por el otro, llevar a cabo la típica parodia del film del robo ideal, la segunda premisa más gastada para una secuela tras la del viaje a Europa (aquí imposible, porque ya están todos en el viejo continente).

Dedicando una gran parte de la producción a gags sobre La Gran Estafa, Misión Imposible y la saga de James Bond, remates que en sí ya se volvieron una ofensa legal, no hay suficiente material nuevo para justificar muchas sonrisas con la mano del siempre simpático Segura, quien si hace una puesta decente y aún tiene el carisma para sacar algo de risas con el patetismo extremo de su irresistible bestia. Pero, de nuevo, ni una serie eterna de cameos (pasando desde nuestro Ricardo Darin hasta El Gran Wyoming), ni el atractivo comercial de la actuación secundaria de Baldwin (quien, entre su balbuceo constante y distrayente que da vueltas incoherentes entre el inglés y el castellano, su actitud aislada de su rol, y su desperdicio narrativo más allá de los trucos clicheados de tirar puteadas amenas, parece bastante desinteresado), ni el desenlace obligatorio de acción le dan vida a la que, si la palabra de Segura es sagrada, es la final aventura de Torrente. Y quizás eso último sea lo mejor. Después de todo, ni un chiste de pajillas es bueno tras ser contado cien veces.