Torrente 4

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Siempre bruto y eficaz

Torrente, el brazo tonto de la ley (1988) fue, en su momento, un mazazo de incorrección que dejó a todos boquiabiertos. El oficial José Luis Torrente, la infame creación de Santiago Segura, estaba en el peor lado de todo: racista, misógino, corrupto, traicionero, cobarde y extremadamente desagradable. Y a pesar de todo eso –o quizás precisamente por eso– se constituía en un personaje querible (entrañable, diría algún presentador de la vieja guardia). Y claro, es difícil replicar el impacto, y mucho menos la sorpresa, de ese primer golpe. Llegaron entonces las secuelas y estas se dedicaron a repetir la fórmula ganadora. Lo mismo sucede con la cuarta entrega, que viene a ofrecer más de lo mismo, que es también lo que esperamos, porque a esta altura las películas de Torrente son como los discos de esas bandas que siempre suenan igual pero siempre gustan porque nos dan lo que les pedimos.
Y si cada entrega se encarga de repetir más o menos la formula, también lo que hace es ampliarla un poco, o más bien aplicarla a algún otro contexto. Así, si la segunda parte se propuso como una parodia de las películas de James Bond y la tercera como una burla al film El guardaespaldas (que a Segura no le gustaba ni un poquito) este nuevo capítulo tiene como referente en su primera parte, ubicada en un escenario carcelario, a Escape a la victoria (aquella de John Huston, con Stallone, Pelé y Ardiles, entre otros, tratando de huir de un campo de concentración en medio de un partido de fútbol entre prisioneros y oficiales nazis) y, en su última parte, a las películas de acción del tipo Arma Mortal o Duro de Matar (el título Lethal crisis, ya da una pauta de ello), con un despliegue obsceno (no podía ser de otra manera) de tiros, explosiones, persecuciones, coches que vuelan y destrucción en general.
Lo otro que viene a ofrecer como novedad Torrente 4 es el 3D, que más allá del gancho que todavía pueda lograrse con este tipo de artilugios, a Segura le sirve fundamentalmente para redoblar su apuesta por lo escatológico y arrojar asquerosidades varias a la cara del espectador. Que, para este caso, es el uso lógico y adecuado del efecto, aquel que el fan del personaje sabrá apreciar y festejar entre la sonrisa y el desagrado. El humor de Torrente es así: básico, bruto y eficaz, y sigue despertando carcajadas que se mezclan con el asco o la incomodidad. Es así como todavía funciona, y como reza un dicho conocido ¿si no está roto, para que arreglarlo?