Top Gun 2: Maverick

Crítica de Martín Goniondzki - Cinéfilo Serial

«Top Gun» (1986) fue uno de los íconos del cine de los ’80 que se convirtió en un fenómeno de culto, que además sirvió para catapultar la incipiente carrera de Tom Cruise hacia la cima. El film dirigido por el enorme Tony Scott («Days of Thunder», «True Romance»), no fue precisamente aclamado por la crítica, pero sí logró meterse inmediatamente en la cultura popular gracias a una entretenida historia de competencia entre Maverick (Cruise) y Iceman (Val Kilmer) por llegar a lo más alto en la escuela de pilotos de elite de la Marina de EEUU. Probablemente, también ayudó que las secuencias de combate aéreo hayan sido registradas con maestría y un realismo inusitado, haciendo que la experiencia de verla sea realmente apabullante.

Hace años se viene hablando de una posible secuela, al menos desde hace más de una década, incluso cuando Tony Scott todavía seguía con vida. 36 años después del estreno de la original, Joseph Kosinski («Oblivion», «Tron: Legacy») es el encargado de dirigir esta segunda parte que vuele a centrarse en el personaje de Tom Cruise en el ocaso de su carrera como aviador, con más de 30 años de servicio en la armada de Estados Unidos. Actualmente, Pete «Maverick» Mitchell se encuentra como un valiente piloto de pruebas de un prototipo de avión que busca romper una marca de velocidad. Ante la posibilidad de que cancelen su proyecto, Maverick desobedece órdenes directas de sus superiores, logrando una penalización que lo dejaría sin volar. Gracias a Iceman (Val Kilmer), Maverick consigue volver al ruedo, pero esta vez como entrenador de un grupo de graduados de la escuela Top Gun que deberá embarcarse en una peligrosa misión. Este grupo de inexperimentados pilotos, entre los que se encuentra el teniente Bradley «Rooster» Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su difunto amigo «Goose», necesita de su peculiar estilo de vuelo para poder tener siquiera una chance de regresar de la misión con vida.

A primera vista uno diría que es una mala idea filmar una secuela de un film tan icónico como «Top Gun». Si tenemos en cuenta que pasaron más de tres décadas es todavía aún más que peligroso volver a sumergirse en el mundo pergeñado por Tony Scott. Lo cierto es que «Top Gun: Maverick», contra todo pronóstico, funciona e incluso en varios aspectos resulta superior a la película original.

Comencemos por decir que el largometraje de 1986 no se caracteriza por tener una historia demasiado singular y un guion demasiado original, sino que estamos ante un clásico duelo entre el protagonista y su adversario por ser el mejor en su rubro y en el medio ocurre una emergencia que los lleva a ambos a dejar sus diferencias de lado para afrontar a un mal mayor. En el caso de la secuela tenemos a un Maverick maduro que debe lidiar con las decisiones desacertadas que tomó en el pasado para poder ir resolviendo conflictos que repercuten en su presente. Su actitud arriesgada lo puso en jaque y ahora tiene que hacerse cargo de viejas promesas, de su descuidada vida afectiva y de una delicada profesión que pende de un hilo. Incluso sus pares, especialmente Chester ‘Hammer’ Cain (Ed Harris) le recuerdan que su tiempo ya pasó y que pronto los aviones que pilotea serán operados a distancia o por inteligencia artificial. Ahí y en la secuencia inicial donde caen los títulos que preceden al film podemos ver un ejercicio nostálgico y melancólico que buscan tanto homenajear como remitir a la película de 1986 pero sin calcar o rehacer aquel primer paso sino actualizarlo, complejizarlo y profundizarlo.

En estos últimos años hubo una gran tendencia por rebootear o incluso caer en la salida fácil de la «legacy sequel», aquellas secuelas que repiten absolutamente el film original con ciertos recursos nostálgicos, parte del elenco del primer film y personajes nuevos que cumplen roles de los más antiguos que no están. En «Top Gun: Maverick» esto parece ser sugerido en su comienzo, pero no sucede ya que no busca (al menos desde un principio) continuar con una saga de este film sino de alguna manera culminar el viaje del personaje de Tom Cruise que todavía tiene ciertos asuntos pendientes y cosas para resolver. El guion de Ehren Kruger, Eric Singer y Christopher McQuarrie le encuentra la vuelta para rendir tributo a la obra original pero también para elevar la vara y poder ahondar en la figura de Maverick y sus conflictos internos.

En su representación es una película bastante clásica y de fórmula pero que funciona gracias a que conserva ese amor y respeto por su predecesora, así como también por aquella forma más artesanal de hacer cine que predominaba en los ’80 y que continúa en esta secuela. Acá probablemente le tenemos que agradecer a Tom Cruise, que además de volver a interpretar a uno de los personajes que lo hizo famoso, también oficia de productor. En los últimos años, Cruise se ha convertido en una especie de emblema del casi extinguido blockbuster de la vieja escuela, tratando de hacer sus propios stunts e impulsando a sus compañeros a desafiar ciertos límites físicos para realzar el producto terminado. Esto claramente lo podemos apreciar en el resultado final, ya que las secuencias de vuelo son alucinantes y probablemente tenga que ver con el intenso entrenamiento en aviones reales a los que se sometió el elenco (algo que se puede ver en los videos del detrás de escena de la película).

Asimismo, la vuelta de Val Kilmer como Iceman, tras los severos problemas de salud que sufrió y que lo dejaron prácticamente sin habla, emociona y además fue realmente pensada con cuidado para que sea funcional a la trama, más allá de provocar algunas lágrimas y un profundo suspiro nostálgico tras el tan ansiado reencuentro abrazo de por medio. Del mismo modo, los personajes nuevos como el de Miles Teller, Jennifer Connelly, Jon Hamm, Glen Powell, Monica Barbaro, Jay Ellis, Danny Ramirez, Greg Tarzan Davis, entre otros, aportan cierta cuota de frescura a la ocasión siempre con la mirada puesta en el presente ante que en lo pretérito.

«Top Gun: Maverick» es una secuela de aquellas que valen la pena, un ejercicio cinematográfico cuidado que no pretende ser más que un digno relato que culmine el viaje de su viejo protagonista en una nota alta, incluso cuando se pueda llegar a descuidar algún que otro personaje secundario en el camino. Una película emotiva y sumamente audaz que merece ser vista tal como fue concebida, para ser apreciada en todo su esplendor en la pantalla más grande posible.