Top Gun 2: Maverick

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

El paso del tiempo y el factor humano en un regreso con gloria

En 2018, cuando se anunció la puesta en marcha de “Top Gun 2: Maverick”, la primera reacción fue de desconfianza. Es un hecho, estamos en la era de las remakes, las secuelas, las precuelas y los spin offs. Y la nostalgia es un gran negocio. También es cierto que en 1986 “Top Gun” fue un enorme éxito (lo transformó a Tom Cruise en una estrella global, nada menos) y con el tiempo la película se convirtió en un ícono generacional, un producto inseparable de su época. En el actual contexto era tentador resucitar a los pilotos más veloces del mundo, pero dos incógnitas se instalaban: ¿No es tarde ya para retomar esta historia, a más de tres décadas de la original? ¿Y cómo levantar aquel guión endeble, que no era mucho más que una serie de videoclips ágilmente hilvanados?

La respuesta llega ahora, con dos años de retraso (se iba a estrenar en 2020 pero se postergó por la pandemia), y afortunadamente la primera reacción es de alivio. Cruise (protagonista y coproductor) insistió con este proyecto (no cedió a las propuestas de pasarlo al streaming) y estaba claro que había confianza en el equipo. El productor es el mismo de la original (el famoso y ultramillonario Jerry Bruckheimer), entre los guionistas figura Christopher McQuarrie (“Los sospechosos de siempre”, “Jack Reacher”, la saga de “Misión imposible”) y detrás de cámara está Joseph Kosinski, que ya había trabajado con Cruise en “Oblivion: El tiempo del olvido” (en los 80 el director fue el recordado Tony Scott, que falleció en 2012). Juntos lograron algo que parecía muy difícil: sumar el factor humano, insuflarles vida a los personajes y que el paso del tiempo les cayera bien.

Justamente es el paso del tiempo (y que no pasa para todos igual) el gran leit motiv de la película. Para el piloto Pete “Maverick” Mitchell (Cruise), por ejemplo, los años parecen no haber transcurrido. Se ve joven (sólo algunas arrugas), sigue siendo capitán (no lo ascendieron), está soltero y usa la misma campera de cuero, los Ray Ban y la moto Kawasaki de los 80. Todavía es rebelde y le encanta contradecir a sus superiores, aunque cuando comienza esta historia lo tratan como a un jubilado. “Tu tiempo ya pasó, es obsoleto”, le repiten. Sin embargo, antes del retiro, como última oportunidad, lo mandan como instructor a la unidad Top Gun, donde va a tener que entrenar a un grupo de jóvenes pilotos de elite para una misión prácticamente suicida en un país extranjero.

Ahí está Maverick de nuevo, en el mismo lugar que tres décadas antes, teniendo que ganarse el respeto de una generación que no lo conoce y que es tan arrogante como él alguna vez fue. Además va a tener algunos problemas extra con el alumno Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su ex compañero Goose, que murió en un trágico accidente en la historia de los 80, y se va a reencontrar con Penny Benjamin (Jennifer Connelly), un amor de primavera que apenas se menciona en la película original.

Desde el arranque (la música, la fotografía, el diseño de los títulos) queda expreso que la estética ochentosa va a marcar la película, y de hecho hay múltiples (tal vez demasiados) guiños a la original. Pero poco puede reprocharse cuando el guión (esquemático sí, y sin grandes sorpresas) muestra un timing perfecto entre el desarrollo de los personajes, la nostalgia y las escenas de acción que no dan respiro. El realismo de las secuencias en el aire (nada de pantalla verde ni exceso de efectos digitales) es impactante: le transmite al espectador toda esa sensación de adrenalina y vértigo, tanto que uno siente el impulso de sostenerse de la butaca como si estuviese volando en serio.

La reaparición de Val Kilmer en su personaje de Tom “Iceman” Kazansky (antiguo rival de Maverick) se transforma en un momento genuinamente emotivo, sin artificios ni golpes bajos. Kilmer padeció cáncer de garganta y perdió su voz, y lo mismo le ocurrió a su personaje, que dialoga brevemente con el protagonista en una escena en la cual es difícil separar realidad de ficción: el paso del tiempo (otra vez) ha sido muy distinto para los dos, dentro y fuera de la pantalla.

Sobre los vibrantes quince minutos finales podríamos presentar algunas reservas (¿muchas licencias y golpes de efecto?), pero este es un tanque de Hollywood después de todo, y desde ese lugar se disfruta al máximo.