Tonto y retonto 2

Crítica de David Obarrio - Cinemarama

Dos corazones latiendo como si fueran uno

Hace un rato ya que los hermanos más queribles del cine mundial no se complacen en exhibir groserías; o no lo hacen con esa enjundia, sumamente aplicada y precisa en partes iguales, que alguna vez fue una de las características más salientes de sus películas. Solo un poco cada tanto, una explosión, un parpadeo brutal, una breve incursión por los viejos, buenos tiempos. Tonto y Retonto 2 no hace falta decirlo, retoma a sus personajes originales tantos años después. La idea de emplear a los mismos actores, casi sin maquillaje, pone la cuestión del tiempo en un primerísimo plano. ¿Cuántos son los años que pasaron? Parecen un millón. Mientras Jim Carrey, siempre más o menos atlético, es capaz de disimular un poco las arrugas debajo de una buena cantidad de pelo terminado en ese flequillo absurdo, Jeff Daniels, con peluca escandalosa, enfatiza su costado de lumpen cansado, golpeado por la vida, con ojeras brutales y panza prominente. Es probable que no sean un millón, pero de todas formas son muchos años. Los Farrelly ya no se inclinarán con tanta dedicación a las obscenidades, pero el refinamiento adquirido, lejos de neutralizarlos, los ha vuelto más perspicaces y atentos. La estructura de la película se parece un poco a la de Los tres chiflados, ese hermoso objeto incomprendido, rebosante de melancolía y con sabor metálico en la boca. Se trata de salir a correr por un mundo que, básicamente, se las arregla mejor sin ellos. En las primeras escenas de esta nueva Tonto y Retonto nos enteramos de que el personaje interpretado por Daniels está por morir. Pero la buena noticia es que descubre que tiene una hija desconocida que podría salvarlo donándole un órgano. Deben encontrarla como sea, entonces, y después convencerla de la necesidad imperiosa de la donación: ciertamente, un asunto difícil. Como los hermanos chiflados de aquellos cortos venerables, los amigos se tienen fe sin importar lo negro que luzca el cielo, ni lo inalcanzable que parezca el horizonte. La inadecuación radical de ese par de tontos produce el humor, pero también una forma rara de piedad, que los directores saben deslizar siempre gentilmente, de película en película, como si quisieran entregarles a sus espectadores, sin ningún dramatismo pero con perseverancia, un recordatorio acerca de las desventajas de “no encajar”. Cada uno de los dos amigos por su lado es como un niño peligroso, tal vez un poco psicótico, capaz de cualquier barrabasada imaginable solo por diversión. Cuando se juntan se vuelven un caso de patetismo más acentuado todavía, porque para los Farrely los locos desahuciados siempre tienden a agruparse, con el fin de proporcionarse calor esencial los unos a los otros. El humanismo incandescente de los hermanos se exhibe en el departamento desastrado de Daniels, en el desfile de discapacitados a los que nunca se les niega una buena trapisonda (just for fun), en el paternalismo de los poderosos, en la soledad inconmensurable de esos dos que solo se tienen a sí mismos y a los que el mundo mira de soslayo, como a una parte sobrante. Tonto y Retonto 2 resulta ser tan buena y tan apreciable como cualquiera de las películas de este par de autores tan inteligentes y tan poco dados a dejarse arrastrar por esa clase de comicidad en boga que podríamos describir como adolescente. De ningún modo se trata de una excursión regresiva, ni de una vuelta a un presunto edén de obscenidades, menos emotivo, más dedicado al shock de fluidos y sonidos corporales. Como en Stuck On You (la película de los hermanos pegados al nacer), los protagonistas de Tonto y Retonto 2 no pueden en realidad no estar juntos todo el tiempo. Cada uno es una parte distinta del mismo corazón, aunque no lo sepan. El espectador, de todas formas, se dio cuenta hace rato del aspecto entrañable involucrado en el cine de los Farrelly: en sus películas, la emoción late siempre en el fondo de cada escena, como el complemento del esmerado efecto cómico que se desprende naturalmente de sus gestos zafios, de su barbarismo de relojería y de su bello slapstick a todo color.