Tomorrowland

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

Tomorrowland es la tierra del futuro. Una imagen salida de los dibujos animados de Hanna-Barbera y sus Supersónicos (The Jetsons), piletas en el aire, naves espaciales, pulcritud y belleza profiláctica. Esto se veía en la tráiler, y esto es el centro del film. Una tierra prometida, refugio distante de la mundana civilización.

La idea de la película nace del imaginario americano del parque de atracciones y las famosas “Ferias Mundiales”. Un ideal de futuro donde la humanidad podría vivir mejor mediante inventos que acrecentarían el confort y la felicidad. El sueño americano apoyado en la ciencia. Es lógico entonces que el punto de partida de la narración sea una feria mundial (hay una introducción bastante fallida antes de eso, por eso prefiero obviarla), la del año 1964 para ser más específicos. Un niño inventor (de adulto es interpretado por George Clooney), geniecillo incomprendido por su padre granjero, se encuentra con Athena (Raffey Cassidy, lejos lo mejor de la película). Ella lo selecciona para visitar Tomorrowland, entregándole un pin a ese efecto. Este lugar es como si la ciencia y los sueños parieran una metrópoli, algo así como una prima mutante del imaginario corporativo de google. Tan perfecta que cuesta entrarle, difícil no sentirse ajeno de esa fantasía adorablemente artificial, perfecta de manera burocrática. De ese vistazo a la matrix publicitaria nos trasladamos al presente.

Una joven sabotea la demolición de una plataforma de la NASA para que su padre científico no quede desempleado. Está chica es Casey (Britt Robertson), una joven genio esperanzada y positiva. Su personaje es bastante unidimensional, y fallido en cuanto al timing cómico. Ella también recibirá por parte de Athena (de nuevo, esta niña salva muchos momentos de la película) un pin igual al del niño Clooney, habilitándola a un vistazo de esa ciudad soñada. Con el personaje de Clooney se puede hacer un juego con viejo gruñón de Up, en este caso, en vez la llegada de un inocente boy-scout para sacarlo de su ostracismo, es una adolescente esperanzada (mi repetición en la palabra está vinculada con el mismo abuso de ciertas expresiones y tópicos que son realizados en la película).

Lo que falla en Tomorrowland es la empatía y el corazón necesario en una aventura que implica la defensa del futuro de la humanidad.
La vuelta de la historia es que algo en ese mundo ideal salió mal. Y que el mundo (este de acá, no Tomorrowland) está condenado. Y Casey es la que lo puede “arreglar”. Un lindo mensaje Disney para la juventud. La esperanza nunca se pierde, todavía hay tiempo de reparar las cosas. Ok. De eso va la película. Cuando se acuerda de contar una historia más allá del “mensaje” es cuando levanta vuelo. Las secuencias de acción son logradas, entretienen, y permiten un goce visual y hasta cómico (¡la batalla en una tienda de memorabilia scifi! Obvia, pero efectiva). Mucho de eso es gracias al talento de Brad Bird. Algo que había demostrado en la última Misión: Imposible – Protocolo Fantasma. Tiene ritmo, desenfreno y dosifica el vértigo con ideas visuales. Pero lo que falla en Tomorrowland es la empatía y el corazón necesario en una aventura que implica la defensa del futuro de la humanidad. Extraño, a sabiendas del resultado obtenido por el director en las animadas El Gigante de Acero y Ratatouille. Parte de esto se debe a que sus personajes nunca logran nuestro interés por su lucha. Pero principalmente, está vinculado a su discurso burdo, cuyo énfasis en vender la toma de conciencia una y otra vez (y con un final digno de una publicidad de celular) desinfla lo que pudo haber sido una más atractiva aventura de ciencia ficción.