Tomb Raider

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

AVENTURAS EN PAÑALES

Digamos que el reboot de Tomb Raider presenta algunos detalles que hablan del cuidado con el que se pensó el proyecto: detrás de cámaras el director noruego Roar Uthaug, especialista en cine de entretenimiento prestigioso (La última ola, por ejemplo), y en el mítico rol de Lara Croft, la sueca Alicia Vikander, una actriz capacitada para adosarle al personaje elementos que van más allá de la entrega física que la propuesta requiere. Si el antecedente que tenemos son aquellas dos discretas películas protagonizadas por Angelina Jolie en plan bomba sexual en musculosa (películas sexistas que explotaban el cuerpo de la actriz sin culpa), sin dudas que estamos ante un film mucho más elaborado y donde se busca dar un sustento emocional a la aventura. Si no se lo logra completamente, es en todo caso porque la película tiene sus limitaciones estructurales y porque no puede sacarse el peso de las inevitables comparaciones con las fuentes en las que abreva.

Si bien aquellas dos películas con la Jolie, dirigidas por Simon West y Jan de Bont -respectivamente-, no eran ninguna genialidad, al menos demostraban que Tomb Raider era uno de los pocos videojuegos con posibilidades de pasar al cine sin problemas. Si se ajustaban algunas piezas y se dejaba de lado la idea de convertirlas en un mero vehículo para el lucimiento de la actriz (que por ese momento estaba en el centro de la escena), podían ser aventuras escasamente disfrutables. Es que si en la construcción del personaje de Lara Croft hay algo de Batman (la aristócrata que sale a pelear contra el mundo), en ese universo hay preferentemente una recuperación del cine de aventuras a lo Indiana Jones. Es decir, Tomb Raider -el juego- se pensaba directamente como una aventura gráfica que podía trasladarse con facilidad a la pantalla grande porque su materia esencial era el cine: su movimiento y el uso espacial eran cinematográficos.

Uthaug y Vikander entienden todo esto y saben que la acumulación de espectacularidad sin sentido sería un despropósito. Por eso se preocupan en construir el misterio alrededor del personaje y en desarrollar una Lara Croft humana, con conflictos y más cerca de la identificación con el espectador. A esta Tomb Raider la podemos acusar de ser un poco solemne (un mal del cine de entretenimiento de estos tiempos) pero nunca de ser rigurosa con su propia esencia: hasta cierto punto la acción es sumamente física, los golpes se sienten como tales y la dureza del paisaje al que la protagonista se enfrenta va forjando su carácter. Tomb Raider se las arregla durante la primera hora para generar movimiento y ritmo sin necesidad de que haya estrictamente una escena de acción. El villano tarda en llegar (y puede ser tan malvado como Walton Goggins cuando logra ser absolutamente reptil y despreciable), pero cuando aparece transmite temor y se apodera del relato.

Entonces Tomb Raider parece tener todo bajo control: una heroína consistente, un villano acorde, la construcción de un universo bastante sólido y la inventiva visual para ser espectacular cuando el relato lo requiere, como en cierto accidente marítimo o en la imponente y vertiginosa secuencia con un avión oxidado y una catarata como protagonistas. Sin embargo hay algo que la película no termina de resolver positivamente, que es el vínculo entre Lara Croft y su desaparecido padre, una relación que se solventa por la vía de los lugares comunes, que no serían escandalosos si no terminaran deteniendo la narración como la detienen. Entonces uno se acuerda de Indiana Jones, de cómo los vínculos se ponen en juego mediante la aventura y el movimiento, y cómo este cine de aventuras contemporáneo está impedido de la alegría más mundana. Hay una seriedad que hace imposible que los misterios de la última hora contagien algo, porque estamos pensando más en el mecanismo que en la acción. Tomb Raider se termina estirando y haciendo un chicle, y para colmo de males se monta un epílogo que hace pie en el peor vicio del cine contemporáneo: plantea una franquicia, deja cabos sueltos con promesa de querer resolverlos en la próxima película. Y uno se pregunta al fin de cuentas si lo que vio era importante o apenas una presentación de personajes.

Esa es la gran paradoja de mucho cine de entretenimiento actual: un cine gigantesco, imponente, grandote, mastodóntico, pensado como pasatiempo que nunca termina de concretar nada porque todo queda suspendido hasta la próxima aventura. Una pena, porque sin todos estos detalles Tomb Raider podría haber sido un entretenimiento más o menos respetable y lo que queda, en cambio, es la promesa de algo que no terminó de ser.