Todos tenemos un plan

Crítica de José Heinz - La Voz del Interior

No sos vos, soy yo

Lo primero que recibe el espectador de Todos tenemos un plan no es una imagen, sino un sonido. Amenazante, levemente incómodo: el sonido de un enjambre de abejas. A partir de allí ya podemos deducir que estos insectos –o la apicultura, para ser más precisos– van a funcionar como una analogía del devenir de los protagonistas, algo que se confirma hacia el final de la película.

En principio, la trama aborda un trasfondo clásico. Una persona que lleva una vida convencional comienza a fantasear con la idea de dejarlo todo para abrazar una nueva experiencia, más salvaje y menos programada. Esa persona es Agustín (Viggo Mortensen), cuya relación con Claudia (Soledad Villamil) se desmorona por su propia desidia. Pero un encuentro con su hermano Pedro (nuevamente Viggo), un hombre enfermo instalado en el Tigre, lo hará vislumbrar la posibilidad de ese cambio radical que anhela en secreto.

A partir de allí la acción se sitúa en la isla, a la que la directora Ana Piterbarg convierte en una zona oscura, donde los habitantes disimulan sus verdaderas intenciones bajo una aparente tranquilidad. En esa tensión constante, y una vez muerto su hermano, Agustín viaja hacia allí simulando ser Pedro, pero poco a poco descubre un pasado criminal que complica las cosas.

Adrián (Daniel Fanego), otro habitante de la isla, es el verdadero motor de los trabajos siniestros que involucran a los hermanos y en ocasiones también a Rosa, una Sofía Gala que sorprende gratamente, aunque sus raptos reflexivos le quitan algo de frescura al personaje. Como las abejas en una colmena, cada uno de ellos tiene su misión en ese escenario suspensivo, calmo sólo en la superficie, aun cuando desconozcan sus destinos.

Uno de los grandes aciertos de Todos tenemos un plan (de su guión, en rigor) es la dualidad que plantea para cada personaje, un desafío interpretativo que no siempre se resuelve bien en la pantalla, pero que de todas formas condimenta un argumento original, que mantiene oculta su resolución hasta los últimos minutos, y hace que la película pueda llegar a buen puerto.