Todos tenemos un plan

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Hacerse pasar por otro, fascinante y peligroso

El tema del sosías siempre rinde. ¿Quién no soñó ser otro y emprender una nueva vida? Y los hermanos gemelos son ideales para estos intercambios. La ficción los quiere -otra vez- absolutamente distintos: uno es Agustín, un médico que vive una crisis de pareja porque su mujer quiere adoptar y él, no. Y el otro, Pedro, vive en el Paraná profundo, pescando lo que salga, cuidando abejas y con trabajitos raros y peligrosos. Y bueno, el cambio de identidad obligará al bueno de Agustín a regresar a la infancia y a su paisaje. Pero se dará cuenta de que ser otro no siempre es grato. Allí conocerá la barra del hermano: el canalla de turno, una muchacha que sabe hacer favores y, lo peor, varias cuentas pendientes. Policial con incursiones en el cine psicológico, personajes desbordados en medio de una historia que pese a sus vaivenes consigue sostener el interés. La falta de una directora más firme se nota no sólo en algunas debilidades del libro (ella es la autora), en resoluciones poco convincentes, en comparaciones recargadas (las abejas y los hombres) y hasta en la marcación actoral, porque Mortessen luce apagado y hasta la magnífica Villamil aparece sin intensidad ¿Cambios y sustituciones? El destino al final se encargará de fijar la verdadera identidad de cada uno. Agustín preferirá sufrir una existencia ajena que asumir su vida vacía. Todos son derrotados y todos esconden algo. Sólo la muchacha, río arriba, saldrá navegando en busca de una salida.