Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el closet

Crítica de Ignacio Dunand - El Destape

Dulce historia LGBTIQ+

El cineasta y escritor Nicolás Teté cuenta una historia que es moneda corriente entre las personas LGBTTIQ+ en un tono de comedia dramática que posiblemente ayude a instalar en sectores más cerrados la importancia de la aceptación y respeto al otro.

Asumirse como disidencia ante la familia, el círculo más íntimo y en el que teóricamente todxs deberían poder sentirse contenidos, es un acto de valentía y orgullo importantísimo que no siempre cae bien. Son tristes pero comunes las historias de exclusión, violencia y discriminación en las vidas de miles de personas que integran la comunidad LGBTTIQ+. Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el closet, la nueva película del director y escritor Nicolás Teté, parte de esta realidad para tejer una historia de recomposición de lazos un tanto melodramática pero con un objetivo muy noble que se intensifica al estrenarse de forma nacional en CINE.AR: llegar a las casas más conservadoras y sensibilizar con un mensaje de amor, aceptación y respeto hacía el/la otrx.

Manuel (Facundo Gambandé) viaja a su ciudad natal para el aniversario de boda de sus padres (María Fernanda Callejón y Diego De Paula) buscando conseguir dinero y poder irse a vivir con su novio a Dinamarca. Al llegar a la casa de su familia su novio lo deja y entra en crisis con su vida. El viaje sirve para despertar problemas familiares: la no aceptación de su sexualidad, el enojo del padre porque nadie quiere ocuparse de la fábrica de pastas familiar y un secreto de su hermano, que la familia esconde bajo la alfombra, Todos tenemos un muerto en el placard o un hijo en el closet danza entre la comedia dramática y el culebrón adolescente, subgénero que popularizó en televisión la productora Cris Morena en los '90. El resultado del combo es tierno y entretenido,

Quien merece un párrafo aparte es María Fernanda Callejón, en el rol de la mamá que adora a su hijo pero no termina de procesar su homosexualidad. Transmite la fragilidad justa para empatizar con el personaje que, en opinión de quien escribe, tiene el mejor crecimiento narrativo de la historia. No solo evoluciona (o al menos trata de hacerlo) en su forma de pensar sino que transita todos los estadios emocionales hasta llegar a ello, lo que vuelve su interpretación más creíble.