Todos tenemos un... ex

Crítica de Cristian A. Mangini - Fancinema

El título lo dice todo

Sí, aunque se llame Ex originalmente, el título en español lo dice prácticamente todo. Se trata de una película tan horrible como su título que, inexplicablemente, en su país de origen obtuvo varias nominaciones al David di Donatello (algo así como el Cóndor de Plata, pero en Italia) y que se enmarca como “comedia romántica” aunque algunas cosas causen poca o nada de gracia. Toda esta adjetivación carente de la más mínima intención de objetividad es para decir que estamos ante una película fallida en toda su dimensión, que quizá nos cause una risa leve en algún momento para luego ser tapada con varios momentos y giros insólitos que, sumados a un metraje interminable y personajes poco interesantes, nos dan como resultado un relato coral lleno de clichés e imágenes convencionales, sin la más mínima intención de hacerlo fluir de manera coherente. Al contrario, es tan previsible que es fácil identificar las herramientas de guión que harán que la trama se movilice hacia alguna parte, es fácil imaginar lo que va a suceder y, lo que es más, fácil imaginar el delirio que puede pensar el guionista y su director para hacer que las cosas terminen como tienen que terminar. Así de imperativo, así de superficial.

La cuestión con Todos tenemos un ex es que en el mejor de los casos tenemos un cine costumbrista de poco vuelo o un telefilm convencional que por momentos se asemeja más a una de esas novelas de la tarde, llenas de estereotipos y arbitrariedades. Pero hablemos un poco de la película: hay una pareja divorciada con dos hijas adolescentes que tienen perfectamente asumida la cuestión, otra a punto de divorciarse porque viven en un estado de violencia y crispación constante, una parejita joven a punto de separarse por cuestiones laborales, un triángulo entre un cura, un amor de su pasado y el futuro novio y, finalmente, una pareja con un violento ex acechando al pobre tipo. Como verán, material sobra y lo que se hace para resolver cada una de estas historias apunta a una fórmula tranquilizadora a la que yo no me opondría (porque uno entiende las reglas del juego con las que parte, la cosmovisión que impera dentro de una perspectiva conservadora) si no fuera porque es inverosímil. Es decir, dentro de esa lógica que construye el film hay una historia a la cual se le da un tono riguroso y creíble (la de Sergio, interpretado por Claudio Bisio) pero a otras a las cuales su resolución parece una broma ridícula. Pienso en cierto aeropuerto en Hong Kong con un beso que parece sacado de una publicidad y en una pareja reconciliándose luego de un inexistente encuentro con la muerte. No es casual que en la película la historia más caricaturesca sea la más coherente: hay un tono de comedia y cierto esbozo de los personajes que no se traiciona nunca a lo largo del desarrollo y llega una resolución acorde, sin patetismo ni fuegos artificiales. Digamos que de un ex violento pasa a haber dos ex violentos.

Pero además de coherencia para construir el relato, a la película por momentos le falta gracia: se sostiene con sketches aislados a los que se hilvana con un montaje televisivo y efectista (por la repetición y el abuso del recurso) que, si bien por momentos logra su cometido, en otros es de una notable torpeza que atenta contra el propio film, especialmente cuando surge la necesidad de insertar secuencias dramáticas que resultan disruptivas y anti climáticas. Si nos venimos riendo con dos chistes que entre ambos duraban 5 minutos, no lo rematen con una muerte cuyas secuelas dentro de la trama pueden llegar a extenderse a todo el film. Especialmente, si no se sabe cómo amalgamar ambos registros.

La banda sonora es otra de esas cosas que resulta un apartado desprolijo. Veremos baladas extenderse por más de dos minutos para subrayar momentos emotivos, con algún ralenti incorporado pero, esencialmente, no sólo no aporta nada y se torna derivativo, sino que carece de la más mínima originalidad e identidad (Goodbye my lover, de James Blunt, como si no se le hubiera ocurrido a nadie). Más bien parecen videoclips dentro de una película, con largos travellings y un mosaico fragmentado de personajes a los que el montaje y planos cargados de sensiblería nos recuerdan lo manipulador que es el relato visual. Si hay que destacar algo es la elección de Brizzi de las mujeres que pueblan el film: quizá es lo encandilante de esta belleza lo que me hace creer que, por momentos, la película adquiere fácilmente la estética de un comercial. Un comercial de dos horas.