Todos lo saben

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

La sobrevida del cotilleo

El mérito de Asghar Farhadi es doble ya que por un lado es de por sí un gran director como lo demuestran las cuatro películas que le dieron fama internacional, léase A Propósito de Elly (Darbareye Elly, 2009), La Separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011), El Pasado (Le Passé, 2013) y El Viajante (Forushande, 2016), y por otro lado el señor ayudó a dar de baja ese estereotipo en torno al cine iraní vinculado a la contemplación mortuoria y una supuesta “reflexión poética” que no reflexionaba acerca de nada y que para colmo se terminó transformando en otro cliché apto para el consumo de aquellos proto hipsters de la década del 90. El realizador y guionista no sólo apuesta a un internacionalismo sumamente marcado en materia de su producción, sino que además su decisión de combinar drama familiar y detalles de suspenso ha resultado muy eficaz en lo que respecta a ese objetivo de fondo de diferenciarse de otros colegas que hacen poco y nada para acrecentar su público.

Así como en El Pasado se mudó a Francia ahora es el turno de España y la película que nos ocupa, Todos lo Saben (2018), hace un maravilloso uso del elenco hispanoamericano de turno, logrando asimismo que en el proceso creativo no se pierdan los rasgos autorales de Farhadi y quede en primer plano eso de que determinadas emociones y conductas culturales son comunes a gran parte de la humanidad en su conjunto. Aquí la historia gira alrededor de la llegada de Laura (Penélope Cruz) a un pueblito del interior ibérico desde Buenos Aires para asistir a la boda de su hermana, una situación placentera que se vuelca hacia el infierno cuando su hija adolescente Irene (Carla Campra) es raptada durante la fiesta nocturna familiar posterior al casamiento. La conmoción pronto gana el estado de ánimo del clan y si bien todos desean ayudar, el único que realmente se mueve para recolectar el dinero del rescate es Paco (Javier Bardem), una ex pareja de Laura de muchos años atrás.

Farhadi nuevamente recupera la lógica narrativa del melodrama de pérdida, como lo hiciese en A Propósito de Elly, centrándose en un prólogo en el que se presenta la estructura de relaciones afectivas/ simbólicas/ económicas compartidas y un extenso segundo capítulo donde la tensión escalonada, las insinuaciones y el juego de las apariencias constituyen las herramientas principales para ir deconstruyendo los secretos que se esconden en el círculo hogareño en cuestión, esos que en esta oportunidad toman la forma de un complejo de rumores que disparan los hechos en consonancia con el odio y unos recelos cosechados a lo largo del tiempo. Todos lo Saben se hace un verdadero festín en este sentido porque deja que las reacciones de cada uno frente al secuestro pinten a los personajes mucho más que las palabras que pronuncian, una estrategia que desemboca en un thriller minimalista que confía en el naturalismo de entrecasa por encima de cualquier pomposidad contemporánea.

A partir del momento en que arriba el esposo de Laura a la residencia, Alejandro (Ricardo Darín), el relato pasa a coquetear con los engranajes de la fábula moral y el triángulo amoroso ya que hay un debate en el seno de la familia entre aceptar o no de manos de Paco el monto pedido por los captores para liberar a Irene, producto de la venta de su parte de un viñedo que montó durante los últimos siete años en tierras que le compró a Laura a muy bajo precio, según ella para ayudarlo y porque la misma mujer y su marido necesitaban el dinero. Desde ya que la opinión mayoritaria está volcada a aceptar los billetes porque casi todos en el clan -menos la madre de Irene y un fanático católico y orgulloso Alejandro- consideran que el susodicho les debe un gran favor por dicha transacción, un malestar que se extiende a gran parte del pueblo porque prácticamente toda la comarca otrora supo ser propiedad de la familia, quienes luego la malvendieron a los distintos vecinos del lugar.

La destreza de Farhadi para examinar la sobrevida del cotilleo y el proceso de implosión y/ o autodestrucción del ser humano aquí se unifica con su cariño hacia el suspenso a la Alfred Hitchcock, una dirección de actores de impronta bergmaniana y en general su disposición a desacralizar los rituales cotidianos con vistas a que queden de manifiesto las mentiras, el dolor, la manipulación y la ingenuidad que se esconden en el “sentido común” de los colectivos sociales, ya sea que hablemos de la sociedad musulmana o de sus homólogas occidentales. Así las cosas, la necesidad de cobrarse cuentas pendientes y de que los arcanos salgan a la luz de manera “oficial”, sin el manto de los chismes que llegan a todos menos a los grandes protagonistas, conforma el núcleo de una propuesta perspicaz y sutil que compensa su falta de originalidad con un guión impecable, un ritmo bien meticuloso y un glorioso desempeño por parte de un elenco extraordinario, digno del talento del iraní…