Todo un parto

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Choque de gigantes

Todd Phillips había demostrado ya en su película anterior (¿Qué pasó ayer?, inesperado éxito del año pasado) un sentido de la comedia único y preciso. Con una película sin grandes estrellas y con recursos no particularmente originales, Phillips logró una pequeña obra maestra de la comedia americana, un nuevo rumbo para ese cine. Además, fue el encargado de llevar al panorama internacional a Zach Galifianakis. Qué es lo que hacía tan especial a ¿Qué pasó ayer?, es difícil decirlo, pero no sorprende que ya esté en producción la secuela.

Con Todo un parto Phillips parece haber refinado sus herramientas. Por un lado (gran decisión), cede el protagonismo a Zach Galifianakis, que si bien se había robado la película anterior, en realidad en ella solo tenía un papel secundario. Por otro, cuenta con la colaboración de Robert Downey Jr., ese genio de la actuación que demuestra una vez más sus dotes para la comedia. El dúo funciona a la perfección (casi una relectura de los dúos cómicos clásicos), la película fluye impecable y Phillips despliega toda su creatividad.
Hay por lo menos tres características en esta película de Phillips que vale la pena destacar. La primera es, como dijimos, la naturalidad con la que fluye la narración de Todo un parto. Hay un aire clásico que sobrevuela la película, como esas tomas aéreas en las que vemos los paisajes de Estados Unidos por los que avanzan los protagonistas. Uno de los problemas de la comedia americana suele ser ese: concentrada en los gags o en lo grotesco de los personajes, deja de lado la narración, se empantana o se entrega sin reservas a los lugares más comunes. No es el caso de Phillips; ya sea por la fluidez con la que cuenta, ya sea por el interés que logra generar hacia los personajes, el espectador se deja arrastrar por el río de esa narración que es siempre tensa, siempre activa, que nos obliga a avanzar sin que podamos detenernos a pensar en lo que estamos viendo.

La segunda es el ritmo y la imprevisibilidad del humor. Como toda buena comedia, Todo un parto es una película veloz, los chistes pasan corriendo. Y se acumulan. Pero más allá de la cantidad de chistes (y su "calidad"), lo que parece distinguir el humor en estas películas es que el chiste llega siempre de donde uno menos lo espera. Las situaciones giran siempre, se doblan por los recovecos menos pensados. La risa llega como una piña al estómago y pasa en seguida: Phillips no se detiene nunca sobre un chiste logrado, pasa al siguiente. Esa velocidad le permite un humor que no conoce límites y puede atacar cualquier tema.
La tercera es la constitución de sus personajes. Aunque al principio puede parecerlo, Todo un parto no maneja estereotipos. Las figuras grotescas/humorísticas de la comedia americana reciben varias capas en su tratamiento hasta que al final uno no puede sino conmoverse ante su humanidad. Esto es particularmente notorio en el caso de Ethan Tremblay (interpretado por Galifianakis), que empieza en la película como un chiste ambulante y termina como centro emotivo de la relación de amistad.

Por supuesto, en estos dos últimos puntos Phillips recibe la gran ayuda de sus dos protagonistas. A pesar de la maestría del director, son estos dos actores los que dan vida a los personajes, los que les prestan sus cuerpos y voces. Y, fundamentalmente, los que encuentran el tono perfecto para esta comedia tan difícil de lograr. Por un lado, Downey Jr. maneja el perfil de la "persona normal" a la perfección. Por otro, Galifianakis, entregado al que parecería ser su mejor personaje, logra una actuación cómica/humana/seca que no para de soltar chistes que casi no parecen chistes.

Ese probablemente sea otro mérito de Phillips: lo hace todo como si no le costara nada. Suelta gags uno tras otro (verbales y físicos) como si le sobraran, los deja caer al pasar o los hace estallar en pantalla y en ningún momento subestima al espectador subrayando demasiado aquello que se sostiene por sí mismo. El timing es todo.