Todo, todo

Crítica de Carlos Rey - A Sala Llena

La ventana discreta

En el inicio de Todo, Todo (Everything, Everything, 2017) se describe detalladamente, casi con ritmo de documental de salud, la dolencia de Maddy, una chica de 18 años con el sistema inmunológico ineficiente que en potencial moriría por un simple resfriado. La directora Stella Meghie se toma tiempo para mostrar el procedimiento antiséptico que debe padecer cada persona que ingresa a la casa de Maddy (acceso al que solo tienen su madre y su enfermera), y muestra detalladamente, con planos cerrados, el ambiente claustrofóbico que la chica debe padecer en su habitación.

Este ambiente obturado está contrapuesto con un enorme ventanal vidriado por el cuál Maddy puede observar los movimientos del barrio, y unas ventanas en las que puede apreciar la casa de su vecino. Lejos de querer linkear a Maddy con el demencial Jimmy Livingston que compuso el gran Jake Gyllenhaal en Bubble Boy (2001), Meghie prefiere que su personaje central vea la vida exterior casi como si fuera una película en pantalla scope. Ver lo que sucede afuera, inmiscuirse en lo prohibido. La idea voyerista de Hitchcock en La Ventana Indiscreta (Rear Window, 1954).

Pero lejos estamos de eso. No hay pulsiones oscuras ni está la idea del engaño, de creer lo que uno quiere creer. La película gira hacia un romance edulcorado y hueco entre Maddy y su vecino, nutrido por mensajes en internet y visitas furtivas de este a la casa séptica de la chica. El potencial de utilizar el ambiente claustrofóbico o la posible idea escape de la casa-prisión se diluye en una especie de drama filial que sufren ambos protagonistas de la película, él con su padre golpeador, ella con una madre desquiciada y controladora, imposibilitada a superar una tragedia del pasado, problemática que le termina dando un gusto a melodrama didáctico con un potencial televisivo de novela de la tarde y convierte a la película en un barco a la deriva sin rumbo.