Todo queda en familia

Crítica de Fernando López - La Nación

¿Qué hay bajo la superficie de esta respetable clase media croata que circula por las elegantes calles de Zagreb? Vida urbana, como en todas partes; ajetreo, obligaciones, rutina; gente que ha dejado atrás un pasado doloroso -aunque algunos vestigios quedan todavía- y que está dispuesta a no tomarse las cosas demasiado en serio. El goce sensual de la vida está en su idiosincrasia y es lo que manda: la búsqueda constante de novedad (léase nuevas pasiones o amoríos) puede traer consecuencias desdichadas, pero parece ser la única manera de romper las reglas y salirse de lo establecido. El adulterio se vive aquí como una rebelión contra el conformismo.

Y lo practican casi todos en el grupo de personajes de mediana edad que el veterano Rajko Grlic pone a jugar este juego de infidelidades, engaños, dobles vidas y secretos entreverados. En el centro, en principio, hay dos hermanos: uno, el mayor, que se fue a estudiar a los Estados Unidos en los tiempos de la guerra, es ahora un nuevo rico, siempre mujeriego e hipocondríaco, que tiene una esposa a la que no puede dejar embarazada y una familia paralela escondida en la misma ciudad. El otro, profesor, más bohemio y pobre, pero igualmente inmaduro, acaba de ser abandonado por su mujer, que se cansó de sus infidelidades (las alumnas son una tentación) y ahora prefiere la compañía de un galán más joven, que tiene la mala costumbre de apostar el dinero (que ella le provee) a los pies de Messi o de cualquier otra estrella del fútbol europeo.

El film comienza en clave de humor negro con la muerte del padre de los dos hombres, y a partir de ahí propone pequeños retratos de cada uno de los personajes involucrados en esta especie de ronda un poco vodevilesca, graciosa y siempre agridulce. Grlic define cada perfil psicológico menos a través de diálogos o de actitudes que observando a cada uno en la intimidad de sus encuentros eróticos (las escenas pueden ser osadas pero no vulgares) y prestando especial atención a los detalles. El adulterio, que es la materia prima más abundante en el relato, está despojado de cualquier dramatismo: se lo ve como una realidad de todos los días. Y si las consecuencias pueden ser a veces graves o crueles, el director evita cualquier subrayado.

Más allá de algunos altibajos, el tono agridulce se mantiene durante todo el film, que apenas sugiere la intención de abordar alguna reflexión más profunda, por ejemplo si se vincula el tema de las identidades de los hijos con el caos en que la guerra sumió a los países que integraban Yugoslavia. De todos modos, un par de revelaciones que asoman sobre el final y el clima melancólico que domina esa escena confirman que la comedia de Grlic no se proponía ser tan ligera ni tan risueña como parece. El elenco encabezado por Miki Manojlovic luce su familiaridad con este tipo de humor tragicómico que ha sido muy frecuente en el cine de los países del este europeo, y es un verdadero puntal de la película.