Todo lo que veo es mío

Crítica de Gabriel Piquet - Fancinema

UNA VISITA INESPERADA

En Todo lo que veo es mío, los directores Mariano Galperín y Román Podolsky recrean la estadía que el artista Marcel Duchamp tuvo en Buenos Aires durante 1918, mientras escapaba de la crisis global por la Primera Guerra Mundial. De todos modos, lo que muestra la película no es más que una suposición, ya que se sabe poco sobre lo que hizo el artista en el país, más allá de algunas cartas a sus amigos en las que contaba cosas que sirvieron de inspiración para ficcionalizar este film.

De esta manera, lo meses que pasó Duchamp en Buenos Aires son recreados a partir de algunas de sus obsesiones, como la que tenía con el ajedrez, además de la particular relación que mantenía con su compañera de viaje Yvonne Chastel y su amiga Katherine Dreier. Todo lo que veo es mío relata el enamoramiento que tuvo el artista con la ciudad y su paulatino desencanto: por ejemplo se sabe que en una de sus cartas llegó a poner “Buenos Aires no existe”.

La película cuenta con un buen trabajo fotográfico en blanco y negro, y algunos pasajes remiten al imaginario publicitario, lo que empobrece varias escenas. En verdad la película muestra poco de la actividad de Duchamp, aunque se diga que está trabajando mucho, y cae en algunos clichés para mostrar obras que lo consagraron en su carrera (el famoso mingitorio aparece en un plano). Otro de los problemas de la película es que no se logra empatizar con los personajes secundarios porque tienen apariciones muy cortas o que sólo sirven para conformar un pequeño manual de estereotipos (los casos de Guillermo Pfening o Luis Ziembrowsky son evidentes en este sentido). Lo mejor está en las actuaciones de los tres protagonistas: Michel Noher, Malena Sánchez y la siempre solvente Julieta Vallina logran hacer creíbles sus personajes. Todo lo demás es muy superficial.