Todo lo que veo es mío

Crítica de Ana Manson - A Sala Llena

El enigma que rodea a la visita de Marcel Duchamp en Buenos Aires a principios del siglo XX, dio lugar a una serie de especulaciones que se instalaron en el imaginario popular y en el particular de los directores de esta película. A casi 100 años de tan distinguido y misterioso acontecimiento, Todo lo que Veo es Mío (2017) intenta dar cuenta de los días que pasó Duchamp en nuestro país, logrando como resultado un poema de imágenes en blanco y negro.

A través de una serie de cartas que el artista escribió a sus amigos y colegas de Francia -único documento fehaciente y testimonio de su estadía-, el guión reconstruye los días de Duchamp entre las paredes de un departamento porteño, los paisajes de Palermo, el ajedrez y el mate, su nostalgia por New York y sus ansias de volver a París, mientras intenta adaptarse a una ciudad que le dio mucho en qué pensar y poco que hacer. Pero las manos de un artista no están nunca ociosas, es así que la película nos regala un bello retrato de estilo teatral conjugado con artes plásticas.

Michel Noher interpreta a un Marcel Duchamp exquisito, enamorado de los placeres de la vida, pero frustrado por su exilio artístico en los confines del mundo. Aburrido de la ciudad y sus pretensiones, una ciudad que no tiene nada para ofrecerle, más que tiempo. Malena Sánchez es Yvonne Chastel, su compañera de aventuras y amante inquieta, quien opone mucha menor resistencia al atractivo de Buenos Aires y sus pormenores. Ambos se lucen en papeles que parecen hechos a su medida, mientras desfilan por las bellísimas postales que componen este largometraje.

Con detalles que sólo la mirada de un artista puede captar, la influencia de la directora artística Lorena Ventimiglia se pone de manifiesto, en un trabajo delicado y perfectamente calibrado entre los directores y el resto del equipo.