Todo en todas partes al mismo tiempo

Crítica de Leandro Arteaga - Rosario 12

Muchas capas para una misma cebolla

La película que dirige la dupla Daniels plantea un viaje frenético hacia las varias versiones de una misma mujer, de realidades tan sorprendentes como ridículas.

Las realidades o mundos paralelos ya no son novedad, son ciertos y esto es así porque existe internet. La doble vida que las redes promueven, con el aval tácito del comportamiento cotidiano, alteraron la percepción temporal. El cine, desde el montaje, había propuesto otra alteración sensitiva. La dualidad nunca fue otra más que la suscitada en la gran pantalla, en donde no había otra posibilidad de ingreso más que onírica. Por eso, el cine fue (y es) entendido como un sueño, una manera fantástica de adentrarse en otra materialidad, en donde el tiempo sucede diferente.

Con internet, esto cambió. Ahora es posible interactuar y “vivir” paralelamente varias posibilidades. En este sentido, el título del film que es estreno de la semana, Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, es un correlato preciso, y hace de esta premisa su aventura. Hay precedentes, con Matrix como el ejemplo más claro, en donde los protagonistas adquirían habilidades conforme a conexiones, de acción veloz. Para el caso del film de los “Daniels” (así elige nombrarse la dupla integrada por Daniel Kwan y Daniel Scheinert), la situación es similar, con el teléfono celular como guía o GPS.

En lo argumental, Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo hace centro en Evelyn (la legendaria Michelle Yeoh, protagonista de El Tigre y el Dragón), madre/hija/esposa abnegada, con deudas, obligaciones, imprevistos acumulados, mientras lleva adelante su lavadero de ropa, en un equilibrio por lo menos inestable. Todo lo que le pasa es demasiado y a la vez. Sus movimientos y réplicas son precisos porque, si se desajustaran, parece que todo lo demás podría caerse. En este sentido, los encuadres y movimientos de cámara que la acompañan son consecuentes, organizados como están hasta el mínimo detalle, pretendidamente simétricos y espejados.

En Evelyn recae todo, es como un vórtice. Padre, marido, hija, clientes, convergen en este mismo punto, ella. Cuando el desbalance en las finanzas le haga trastabillar (aquí vale distinguir, destacar y celebrar, a esa actriz de culto que es Jamie Lee Curtis), las demás piezas del dominó comienzan a caer. Esto, dicho así, suena bastante impreciso. Porque la elección del film es la de quebrar la lógica secuencial y dar vuelta el espejo del argumento cuantas veces lo precise.

De este modo, Evelyn conocerá otras versiones de sí, a las cuales llega rápido y sin pausa, a partir de la “clarividencia” que su propio marido (interpretado por Ke Huy Quan, el mismo pibe de Indiana Jones y el Templo de la Perdición y Los Goonies, felizmente recuperado para la gran pantalla) le suscita. Por supuesto, es y no es su marido, sino otra versión del mismo. Un cruce de realidades en las que ella, de modo vertiginoso, habrá de caer, para entenderlas y sobrellevar, así, el presente que le toca. De no suceder, todo lo demás, como el dominó, se desmoronará fatalmente.

Lo imprevistamente veloz de la situación podría resultar incongruente. Así es. Pero también no. El film de los Daniels es acorde con la manera misma desde la cual son hoy experimentados estos relatos, de capas superpuestas que transgreden el concepto mismo de yuxtaposición. Hay elementos narrativos de los video-juegos, pero esto ya no tiene mucha sorpresa, en todo caso, se trata de un gran ejemplo de cine digital, cuya manipulación toca tanto a la coreografía de artes marciales como a la mixtura interna de las imágenes, que se deforman y reorganizan a la par de la transición a la que obliga el corte del montaje. Por esto mismo, no se trata de imágenes yuxtapuestas, sino de una sucesión alocada por sinestésica; para la cual, de todos modos, prima un guión.

Hay una historia, y ésta es la de la madre con su hija. Allí está el aleph del asunto. Entre las dos, hay un conflicto que replica hacia atrás y adelante, como heroína y villana (de acuerdo con el punto de vista elegido) que visten atuendos, por momentos, de personajes de historieta. La alusión al cómic es inevitable, la coincidencia con Dr. Strange en el Multiverso de la Locura no es casual, hay un mismo procedimiento, con resultados mejores o peores, según el caso. Lo que sí puede decirse, de manera equivalente, es que tanto una como otra hacen pie en el lenguaje de los cómics (antes que en sus personajes).

La película es un gran ejemplo de cine digital, cuya manipulación permite deformar y reorganizar el relato.
Las revistas de historieta (las que están en papel, no en digital) hacen convivir, al ojo de quien las mira, muchas páginas, dibujadas y superpuestas, que accionan sus imágenes simultáneamente. Quien lee historietas sabe que debe evitar paginar, para no arruinar la deriva del relato, que es secuenciado y “lógico” (con la literatura esto no sucede, no hay peligro “visual”). De todos modos, el lector sabe que todas esas imágenes están, a la vez, al mismo tiempo, dispuestas a (re)activarse al paginar. Y paginar es, precisamente, una de las maneras de leer historieta, es parte del asunto. Esto lo sabe muy bien Sam Raimi, y ahí está su Dr. Strange, que no es nada magistral, pero asume el desafío.

Y también, a su manera, lo hace Todo en Todas Partes al Mismo Tiempo, como si se eligiera ver toda la película a la vez, de un tirón y sin paciencia (algo tan actual, qué duda). Desde ya, para el caso de ésta y cualquier película (que todavía responda a lo que se entiende más o menos por cine) no es más que una ilusión, porque la secuencia de imágenes es siempre obligada, es ésta la manera desde la cual toda película es vista. Eso sí, la información se acumula y golpea entre sí. Y eso provoca algo. Seguramente cierto goce, pero también cierto hastío. Hay un límite. ¿Hay un límite?

La propuesta de los Daniels no es nada ante lo cual quedar boquiabierto o lo que sea, en todo caso, su interés –que es fugaz, algo que se comprobará, como no puede ser de otro modo, “rápidamente”– está en la manera desde la cual se articula todavía como “película”. Fragmentada en tantas capas necesite la historia. Es decir, todavía queda un resabio de algo que contar, para justificar, por ejemplo, a dos piedras que dialogan (con intertítulos) tanto como al chiste o burla a Ratatouille y al cine de Wong Kar-wai (tales cuestiones, mejor descubrirlas en la película). En síntesis, no queda mucho más. Esto es lo también cierto. Pueden ser una o cien capas, y las cáscaras resultar demasiadas para una cebolla cuyo sabor no cambia.