Todo en todas partes al mismo tiempo

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Esta ambiciosa, extravagante y frenética película protagonizada por Michelle Yeoh mezcla thriller de artes marciales y drama familiar en una aventura alucinante.

Es difícil definir, explicar y hasta entender qué es TODO EN TODAS PARTES AL MISMO TIEMPO. Uno puede usar diversas combinaciones de referencias y se quedaría corto, ya que si bien esta película las incluye a la vez tiene una voz y una metodología propia que solo puede definirse como un producto de «los Daniels», los directores de la peculiar SWISS ARMY MAN. Un film de acción y artes marciales, un multiverso que deja chiquitísimo a los de Marvel, un drama sobre una familia de inmigrantes asiáticos y una celebración de las posibilidades creativas que tiene el cine (el montaje, especialmente), la película protagonizada por la estrella del cine de Hong Kong Michelle Yeoh es un poco como ese bagel multicereal (el célebre «Everything Bagel») que funciona como una de las metáforas principales de la película: es una mezcla en la que hay de todo, para todos y que puede ser tan delicioso como indigesto, según como cada uno le hinque el diente.

Dividida en tres partes (dos partes y una breve coda, en realidad), este muy particular film de 140 minutos es la apuesta más ambiciosa –y, a juzgar por su taquilla estadounidense, más exitosa– del sello A24, que se distingue por sus películas siempre arriesgadas y creativas. ¿Qué es EVERYTHING EVERYWHERE ALL AT ONCE? En lo fundamental, es la historia de una mujer llamada Evelyn Wang (Yeoh), que tiene una lavandería, una intensa hija con la que se lleva mal (Stephanie Hsu, brillante en MARVELOUS MRS. MAISEL), un marido con el que está a punto de separarse (un excelente Ke Huy Quan, el niño de INDIANA JONES Y EL TEMPLO DE LA PERDICION) y un padre (el veterano, casi mítico, James Hong) que siempre la juzga por todo lo que hace. Y, en general, casi todo lo hace mal: las cuentas de la empresa son un desastre, la mujer que se encarga de auditar sus impuestos (una casi irreconocible Jamie Lee Curtis) vive poniéndole trabas, le cuesta aceptar que su hija tenga una novia y está al borde de la más absoluta depresión.

Ese drama de familia de inmigrantes asiáticos –que, con distintas variantes, hemos visto más de una vez, desde THE FAREWELL hasta RED, de Pixar– explota por los aires de un modo brutal cuando, digamos, el mundo de Evelyn revela ser apenas uno de los millones paralelos en los que ella (todos, bah) está viviendo. Sí, la idea del multiverso que maneja Marvel y ciertos segmentos de la ciencia aparece aquí, sin límites aparentes, y los personajes de pronto descubren no solo que hay muchas versiones de sí mismos un poco o muy distintas entre sí, sino que la salvación de todos esos mundos depende de lo que hagan o dejen de hacer, usualmente mediante la acción.

Es así que los Daniels tienen que tratar, a la vez, de explicar las curiosas reglas en las que se organiza este multiverso mientras, a la vez, los personajes chocan constantemente uno frente a otros en distintos universos concurrentes. Esto es: la película hace saltar a Evelyn (y no solo a ella) de un mundo y una personalidad a otra, tanto moviéndola de lugar como haciendo que las habilidades y conocimientos de sus otras versiones le aporten a la suya, que es bastante torpe y débil. Esa «pobre variante» de Evelyn necesita de todas esas fuerzas para luchar contra la que parece ser la gran enemiga del multiverso entero: Jobu Tupaki, que no es otra que… bueno, ya verán.

La primera hora y parte del film será una ambiciosa, confusa, desaforada, divertida, caótica y ridícula película de artes marciales, un combo en el que conviven Marvel, MATRIX, todo el cine de acción de Hong Kong y esos toques de comedia absurda y por momentos gruesa de este par de directores que supieron hacer una película sobre un muerto que no paraba de tirarse pedos. Visual y creativamente es demoledora (montaje, vestuario, arte, diseño y un complejo guión que necesita ser entendido en movimiento perpetuo) pero también puede agobiar, con un ritmo frenético que no descansa nunca, como si los directores fueran magos que sacan 45 trucos de la galera en paralelo y sin parar.

Sin dejar de ser esa novela gráfica en movimiento, la segunda parte se vuelve más humana y reflexiva, combinando el caótico recorrido por los pasillos del videoclub que hacen los directores regurgitando películas vistas con un regreso al drama familiar del inicio, aunque ya en clave un tanto más ¿surrealista? Allí, por suerte, la película baja un cambio en su irrefrenable marcha de coctelera audiovisual y trata de rearmarse de un modo, si se quiere, más cercano al de un film de Charlie Kaufman. Básicamente, tratando de preguntarse: ¿qué significa todo esto que está pasando para los protagonistas?

Es claro que los Daniels no quieren ni pueden meterse en los abismos filosóficos del guionista de ¿QUIERES SER JOHN MALKOVICH? y que lo que tienen para aportar al respecto es un poco más canónico y tradicional, pero de todos modos –aún con sus limitaciones y sus momentos un tanto cute— consiguen darle a su experimento una cierta potencia emocional. TODO EN TODAS PARTES… pasa a ser así una película que trata sobre las infinitas posibilidades que la vida nos presenta en distintos momentos (en este corto previo los Daniels hablan de eso), las elecciones que hacemos en cada uno de ellos, las consecuencias que tienen para nosotros y para las personas que tenemos cerca, y la posibilidad que siempre tenemos de modificarlas, de corregir eso que hicimos mal. O no…

Pero ningún resumen, de todos modos, preparará al espectador para la experiencia que es EVERYTHING EVERYWHERE… Para spoilear lo menos posible solo diré que hay escenas escatológicas, otras animadas, conversaciones entre objetos, homenajes a decenas de films (un segmento, no tan paródico como parece y dedicado a Wong Kar-wai, es excelente), el famoso y monumental bagel cuya función ya descubrirán, momentos a los que la palabra meta les queda chica, un vestuario para nominación al Oscar e infinitas variaciones de mundos posibles en una trama que se sostiene porque se apoya desde el vamos en el absurdo y jamás intenta que el espectador trate de tomarla seriamente.

Y si la película se sostiene, además, es porque la actriz de EL TIGRE Y EL DRAGON (entre decenas de otros títulos) y el grupo de actores que la acompañan le dan una credibilidad emocional a lo que va pasando, especialmente en su segunda mitad. Allí donde las películas multiversales (?) de Marvel se repiten y agotan, acá los Daniels tienen la inteligente idea de reconfigurar los ritmos del relato y el manejo de la violencia, poniendo más sangre en su primera parte y dejando que el último tercio de la película consista en lidiar con las decisiones, miedos, traumas, arrepentimientos y elecciones hechas a lo largo de una vida. Y esa familia, como cualquier otra, tiene muchos años de terapia para hacer. Por suerte –para su estabilidad y su bolsillo– lo pueden hacer todo, en todas partes y al mismo tiempo.