Toda esta sangre en el monte

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

DOLOR Y LUCHA

El pequeño pero a la vez ambicioso documental que es Toda esta sangre en el monte funciona en buena medida como una película de juicio, centrándose en buena medida en el proceso judicial correspondiente al asesinato de Cristian Ferreyra, integrante del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), a manos de Javier Juarez, un sicario contratado por el terrateniente Jorge Ciccioli. Pero también es un seguimiento conciso y ajustado de la labor de esa organización y un retrato de las vidas de las familias campesinas que buscan mejorar sus condiciones frente a un panorama sumamente adverso, donde quedan terriblemente explícitos los desbalances de poder.

En todas las claves de aproximación que va tocando el realizador Martín Céspedes, lo que prima es un registro preciso y a la vez distanciado, que convierten a Toda esta sangre en el monte en un film casi de procedimiento, de análisis de conductas y comportamientos. Eso le permite indagar en la vida campesina y la militancia política -marcadas por el sacrificio constante- pero también en los procesos judiciales -donde prevalecen lo burocrático y la frialdad hasta rozar lo insensible- sin caer en las sentencias altisonantes y las remarcaciones de trazo grueso. La puesta en escena elude el didactismo fácil y brinda explicaciones muy acotadas, haciendo mayor hincapié en los movimientos de las personas y cómo estos son marcados por los tiempos laborales o el paisaje santiagueño.

En determinados pasajes, esa construcción de un punto de vista –que se traduce en casi una obsesión por las rutinas, cotidianeidades y procedimientos- le juega un poco en contra a la película. Hay un ritmo por momentos cansino en el relato y un alejamiento algo contraproducente, lo cual es producto del riesgo que asume Céspedes, que propone un recorte y un posicionamiento político claro pero a la vez sutil, que está marcado por el margen de elección que le otorga al espectador, al cual no le entrega imágenes masticadas y/o sobreexplicadas.

Claro que sobre el final, cuando llega la sentencia referida al caso de Ferreyra y las reacciones de la comunidad campesina, Toda esta sangre en el monte acorta su distancia con la gente del MOCASE y, sin caer en bajadas de línea obvias o golpes bajos (por más que exhiba secuencias de palpable sufrimiento), gana en emotividad. La última escena, que sigue íntegramente un apasionado discurso, resume las virtudes del film y la labor de Céspedes: estamos ante una película que, sin deslumbrar, indica caminos viables para aprehender y transmitir un contenido político sólido recurriendo a herramientas cinematográficas válidas. Y que muestra, de paso, que el dolor no se niega, pero la lucha continúa.