Tlatelolco, verano del 68

Crítica de Hugo Lara Chávez - EscribiendoCine

El dolor de las venas abiertas

El cineasta Carlos Bolado incursionó en el cine de tema político y de revisión histórica con la exitosa Colosio, el Asesinato (2010) y, con un margen muy breve de tiempo ha seguido en el mismo terreno con Tlatelolco: verano del 68 (2012), acerca de los trágicos sucesos que culminaron con una masacre de estudiantes en vísperas de las Olimpiadas de 1968 en la Ciudad de México.

Este negro capítulo de la historia moderna de México es considerado un hito en la lucha por la democratización en el país y fue la señal inicial del resquebrajamiento de lo que Mario Vargas Llosa calificó como “la dictadura perfecta” del régimen monolítico del Partido Revolucionario Institutcional (PRI). Por años, el tema fue férreamente censurado por el gobierno a grado tal que la primera cinta de ficción que lo abordó se realizó dos décadas después: la imprescindible Rojo amanecer (Jorge Fons, 1989), que fue un fenómeno de público en su momento.

Si bien, el film de Fons era claustrofóbico porque se centraba en una familia que sufría en el interior de su departamento toda la violencia desatada el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, Carlos Bolado opta en Tlatelolco: verano del 68 por múltiples escenario para narrar una historia de amor entre dos jóvenes que sirve para describir en paralelo los acontecimientos políticos y sociales vinculados al movimiento estudiantil y a la represión de la que fue objeto.

El film inicia en julio de 1968 con los primeros actos represivos de la policía contra estudiantes del Politécnico Nacional. Esto desata una cadena de protestas que van en aumento. En ese contexto, Ana María, que pertenece a una familia pudiente y estudia en la Universidad Iberoamericana, es animada a tomar fotografías de las protestas en las calles. Casualmente conoce a Félix, un joven de origen humilde que estudia arquitectura en la UNAM. Aunque al principio las diferencias sociales parecen un impedimento a su amistad, al poco tiempo se enamoran, a pesar de que los padres de Ana María se oponen tajantemente a su relación. Este conflicto se agudiza sobre el hecho de que el padre de ella, Ernesto Echegaray, es un alto funcionario de la Secretaría de Gobernación involucrado en la represión contra los estudiantes; mientras que Paco, el hermano de Félix, es un agente de la policía secreta y también un cruel represor. Empujados por su entorno, los dos jóvenes enamorados abandonan su desinterés político y se comprometen con la causa estudiantil.

Bolado decide dar cuenta de la Historia con mayúsculas a partir de una historia de ficción cifrada en un romance convencional y manido con el asunto de las clases sociales. De esta manera, junto a los personajes ficticios desfilan otros tomados de la realidad, en particular aquellos a los que se les considera los responsables directos de la represión y el asesinato de estudiantes: el presidente Gustavo Díaz Ordaz, su subsecretario de Gobernación —y también ex presidente— Luis Echeverría y el jefe de la policía Luis Cueto. Esta tercia de villanos aparecen intermitentemente, lo mismo que otras figuras públicas que respaldaron a los jóvenes, como el ex presidente Lázaro Cárdenas y el ingeniero Heberto Castillo.

La realización se apoya con valiosas imágenes documentales de los mensajes televisivos de Díaz Ordaz y de las multitudinarias marchas estudiantiles, combinadas con la recreación de algunas de ellas. Además, hace un contraste interesante con la propaganda en torno a las Olimpiadas en México, que buscaban transmitir un falso mensaje de armonía y paz social. Como soporte, destaca la eficaz banda sonora y la eficiente ambientación de época a cargo de Marina Viancini.

La película está narrada con solvencia gracias al oficio de su director y sus colaboradores, que aprovecha la gran carga emotiva que aun existe sobre esa tragedia en la memoria de muchos mexicanos. Sin embargo, se asoman ciertos titubeos por momentos, como personajes que parece que estaban llamados a crecer o algunas escenas que le restan potencia a la amargura del final.

Tlatelolco: verano del 68 es una película que vale la pena ver y que es recomendable para un público amplio, sobre todo para aquellos adolescentes y jóvenes a los que ese suceso les queda muy lejano, luego de 45 años. Además, en términos generales, hay un buen trabajo en varios de sus departamentos, aunque seguimos a la espera de que Bolado muestre a plenitud todo su talento, el que se le desbordaba en Bajo California: el límite del tiempo.